Suave brisa apuntando a poniente resbala por la tarde húmeda. El sol, escondido entre los nubarrones, no acierta a encontrar un claro en el que exhibirse. A ratos llueve con furia; a ratos, se disuelven las nubes.
Suave brisa, que sacude los frutales del patio removiendo en ellos la melancolía de gotas. Todas las criaturas se esconden de la intemperie y el paisaje se convierte en un desierto de agua. El otoño trae tiempos grises y descorre con ellos el velo borroso de la soledad adormecida.
Suave brisa, que delata el paso antiguo de las horas muertas. Chapotea la calle con brillos de plata el atardecer mortecino que se desparrama. Las sombras avanzan, ya sin la cautela del verano, y se adentran en las casas mucho antes de invadir el campo.
Será la noche la brisa suave que te traiga de la mano sobre mis hombros encogidos. La que despeje las brumas de la estancia solitaria con un soplo apenas de sonrisa encendida. La que te atraiga al umbral descarnado de mi conciencia indecisa.
Será la noche la suave brisa de tus besos, el remolino de tus manos alisándome el pelo, el calor de tu piel aterida que se engarza en mis dedos. Será la noche la que me acerque a tu regazo, a veces real, a veces, imaginario.
Será la noche. Pero aún queda mucha, mucha, demasiada tarde para eso. Y entretanto… ¡Qué inquieto siento el corazón! A ratos late con furia. A ratos, se disuelve en las nubes.