Cuando te presiento ahí, en el envés de la pantalla, intento darte una explicación de mis sentimientos. Conmoverte un instante, trazar un hilo que una la cabeza y el corazón, esperar que se borden mis palabras en tus pestañas.
Rebusco en mi interior más profundo el sentido de las cosas que me traspasan en cada momento, para transcribirlo en la distancia que nos mantiene tan lejos y acercarme cuando menos.
Pero no sé qué ocurre que, cuando terminas de leerme, siempre me miras con esos ojos de no estar entendiendo nada. ¡Es imposible! A veces me parece, que en lugar de leer lo que escribo, te inventas mis palabras.
Aunque reconozco que, a veces, no me entiendo ni yo.