Ando mal de astronomía y no sé si la luz que refleja esta noche la luna es un anticipo del sol que veremos mañana o un recuerdo pálido de la que nos iluminó ayer. O si, tal vez, esa luz es la que ahora mismo está poniendo día en la otra mitad del mundo. El caso es que su cara redonda ha aparecido esta noche maquillada como una geisha y baila en el cielo negro con su abanico de estrellas.

Ando mal de geometría y no atino a encontrar el ángulo que se precisa para ver el futuro en un mapa incierto. En vano busco la tangencia en tu seno, la longitud de tu onda, la torsión de tu asíntota sobre mi pecho. Atrás queda marcada, apenas lo recuerdo, la bisectriz extraña por la que doblaste mis sueños.

Ando mal de biología y me he atascado en mitad de mi metamorfosis, sin saber si morir mariposa o vivir gusano. Anhelo la fotosíntesis que tu luz me provoca a cada paso para dejarme todas las sinapsis erizadas y encendidas, derivando mi sangre a borbotones hacia callejones sin salida.

Ando mal de filosofía y la vida, que esperaba agazapada tras el verano, se ha apostado en una esquina para llenarme los pasos de zancadillas. Ando mal de matemáticas y no sé llevar la cuenta de las veces que los sueños se me desvanecen en mitad de una tormenta. Ando mal de ortografía y todos mis males llevan la hache intercalada en el hueco que dejas sobre mi almohada.

Ando mal de historia, de sociología, de geografía y de derecho. Ando mal de ingeniería. Ando mal, es cierto, no voy a negarlo, pero eso es lo de menos. Porque, de entre todos mis pasos vacilantes, de entre todos mis malos pasos, sólo uno me duele más que mi rodilla rota, sólo hay uno que lamento: que ando muy mal de prosa y, por más prisa que me doy, no soy capaz de alcanzar al verso.