Llevo una temporada atrapado en días de vino y rosas, engrasando con alcohol de varios tipos la maquinaria de las noches. Contento, pero un poco preocupado por lo despreocupado que ando de relojes. No es que normalmente viva colgado de sus manecillas, pero este descontrol de sueño que me queda como secuela luego me pasará factura con recargo por demora.

Hay días que ni como y noches que ni me acuesto, claro que, y esto es un secreto, como de noche y duermo de día, para equilibrar el presupuesto de los gastos de energía que mantengo. Sin saber bien en qué me entretengo, porque me tengo tan desocupado de las cosas habituales, que no encuentro momento decente para ponerme a los mandos del teclado y escribir las cosas que me suceden.

Además, las musas y las palabras se han largado de vacaciones sin avisar y, por más que miro el folio blanco, no se me ocurre cómo contar las sensaciones que me han ido pasando. Pero todo se andará.

Se andará como ando ahora viviendo en este espejismo de la vida que me ha tocado en la ruleta del azar. Este verano sin canícula, que está pasando como de algodón, esta deserción de la rutina, este festival en cada esquina, estas ganas de brindar con desatadores de lenguas, me adormecen la consciencia y me encienden la certeza de que, entre vivir y escribir que vivo, no queda ningún sitio para la más mínima duda.

No renuncio a la tinta, tengo palabras que escribir. Además, asuntos importantes, instantes preciosos, intensos, devaneos de la vida, encuentros, aciertos y ciertos momentos que han terminado en un sí. Pero esto será más adelante, cuando baje la marea, tenga tiempo y me acaben de contar algunos acontecimientos que me matan de curiosidad.

Sólo me queda dejar volar aquí un pensamiento, trascender un poquito, expresar una sensación que me invade por dentro: la felicidad, la suerte y el éxito, por mucho que tarden, si es que llegan, siempre llegan a tiempo. Del mismo modo que, cuando deciden marcharse, siempre nos pillan mirando a otra parte.