Una colección de instantes

febrero2025 (Página 1 de 3)

Genio

Hoy dibuja el sol sobre las nubes, margaritas blancas de ternura. Contra el cielo, tenuemente azulado, se dispersa la tarde que se resiste a desaparecer. El aire está tibio, temeroso, inquieto de brisa alegre. La luz se cuela por las rendijas del subconsciente y hace brotar las sonrisas en el fondo de las miradas.

En un claro de tiempo perdido, mientras buscaba no sé qué libro de poesías, encontré la lámpara. Revuelta entre las cosas inútiles y extraordinarias que estorban en todas las casas, descubrí su sombra alargada de tacto frío. La tomé entre mis manos y la puse a la luz de la tarde, mientras el viento agridulce silbaba canciones antiguas de niños.

Debo pensar un deseo antes de que el sol asome otra vez en el horizonte. El genio fue tajante en ese punto. Desapareció sin permitirme hacer una sola pregunta, en un abrir y cerrar de ojos, como el vaho que se exhala en las mañanas de otoño. Una niebla, una forma, una voz… y de repente, nada. Mentira y verdad asomadas al mundo desde el borde de la ventana.

He pasado la noche esperando la madrugada. En un vértigo inquietante han pasado bajo la luna mil estrellas fugaces, mil sueños escondidos, mil instantes. Tan largo ha sido mi viaje por los deseos, tan cansado estaba, que el sol silencioso se ha llevado las sombras sin decirme nada. Al despertarme, recostado sobre la lámpara, un papel arrugado y escrito con letras borrosas, que proclama: «No puedo regalarte los deseos que ya te han concedido otras hadas».

El sol se yergue y dibuja, de nuevo, margaritas en la bruma. Y el aire perfumado de luz me devuelve, desde tan lejos, todos tus besos tibios de espuma.

Tú y yo

Tú y yo estamos a un paso. A un paso imposible y definitivo. Detenidos en el tiempo de las delicias que nos embelesaron. Fantasmas dormidos que se cruzaron en el rellano, despertando, a la vez, en el mismo escenario.

Tú y yo estamos a un beso. A un beso desesperado. A un beso que nos libere del cuerpo del delito que no hemos disfrutado, como un suspiro profundo que busca salir deprisa entre medias de un abrazo.

Tú y yo estamos a un soplo de aire desprevenido, que reviente en mil pedazos el camino de vuelta y los campanarios del laberinto. Tú y yo, que no nos hemos buscado, ahora estamos perdidos.

Déjame creer que por lo menos, no estaremos juntos en el olvido.

Poesía de naipes

Los ojos del mago parpadearon solemnes mientras mostraba en abanico la baraja francesa recién desempaquetada. Ante las miradas que escrutaban sin descanso todos sus gestos, la había barajado con ternura, acariciando sus dorsos de azul cobalto, para invitar al azar a entrar en el juego. Mecánicamente, la cerró de golpe, con un airoso movimiento mil veces ensayado.

Volteó la primera carta del mazo como mariposa en primavera que aletea entre sus manos. La dama de corazones apareció, con su semblante tiernamente lejano y tímido. Volvió a girarla con el movimiento contrario y la introdujo en mitad de la baraja, suavemente, con delicadeza perfecta, para confundirla entre la multitud que la casualidad pone siempre a nuestro lado.

Partió en dos el mazo y entremezcló los naipes en el aire con sones de cremallera. Ni rastro de la carta deseada, como en la vida misma. En un suspiro, en un solo instante, desapareció del presente en sus manos y quedó oculta entre los dorsos anónimos de tintura idéntica.

Entonces el final. Las palabras consabidas, los secretos recitados bajo los focos amarillentos y profundos precipitaron, sobre terciopelo, el desenlace inesperado y rotundo. Giró el mazo completo y con los naipes enseñando sus caras, los desplegó como un acordeón que quiere dedicarle un tango a la luna. Todas las cartas de la baraja eran la misma dama, la dama de corazones en la que siempre estamos pensando. Allá donde miraras, sobre el tapete más verde del mundo, en el centro del escenario, todas las cartas eran ella, rellenando cincuenta y dos veces el espacio.

El asombro atronó en la sala convertido en aplausos risueños. Murmullos de admiración que se elevaban con ojos sonrientes y alborozados. Un efecto, un gesto, un espectáculo de ruido que derribó mis defensas y me hizo tambalear en la cuerda floja de la emoción.

Porque había descubierto su truco. Se me quedó clavado su fulgor resplandeciente. Lo reconocí en el momento en que la melancolía me apretó los lazos. Y entonces supe que el mago, en su insondable poesía de naipes, estuvo todo el rato contando cómo te conocí y por dónde navegamos.

Tardes de sol

——¡Pobre corazón! —susurraba en tu oído, cuando te fuiste, muda, hacia el oriente del olvido.

El sol ardía en la tarde marchita de agua imposible.

——¡Pobre corazón! ——me dijiste entristecida, cuando en el umbral del horizonte volviste atrás la vista.

El sol quemaba en tus labios destellos carmines.

——¡Pobre corazón! ——me revelaste sin ruido— ¿Acaso no sabes que te vienes conmigo?

El sol encendía antorchas perdidas en los jardines.

——¡Pobre corazón! ——confesé a la orilla del camino—— ¡Si yo pudiera irme contigo!

Dora el sol, todas las tardes, tu ausencia invisible.

Intermitencias de la vida

La tarde pasa despacio, con su ritmo monótono de ventanas que se abren y se cierran en el espacio plano de la pantalla. Ni llueve ni hace sol, ni triste ni alegre, ni vacío ni lleno. Sólo un lento devenir de minutos que parecen horas, rellenos con encuentros imaginados de dos en dos. Un goteo constante de fantasías que asoman por el borde de la conciencia y atraviesan, imprevisibles, el lento transcurrir de los instantes.

La vida se me ha detenido sin avisarme. Se niega a seguir adelante y me devuelve al pasado más hermoso para reconfortarme y evitar que me rebele. Rumio sin descanso todas las cosas que no fueron, como un mantra paulatino de ecos diferidos que vuelven a visitarme sin haberlos invitado a bailar conmigo.

Recito palabras ajenas de poetas muertos que resucitan en mi memoria. Escruto las canciones que navegan a la deriva en este mundo ausente y retirado, de sentidos en huelga y quietudes en pie de guerra. Sus frases se prenden en mi corazón y palpitan dormidas en mi garganta desafinada. Pero sólo me llena su desazón y su lejanía.

Me noto acolchado, diluido, insensible. La vida resbala en mis pasos mientras me atrapa el atisbo remoto de una suerte indecisa. No sé si es nostalgia, tristeza, melancolía, abulia, abandono… o todas juntas y, por lo tanto, ninguna. Un apagón silencioso de la maquinaria del azar. Una indigestión de negrura.

Y entonces, a punto de desvivirme, te escribo… Penitencia irreversible de moldear palabras que despejen las sombras de las cosas que no dije. Desastre encendido de versos desiguales que recojan el recuerdo y lo apacigüen. ¡Si supiera olvidar quién soy por un instante! ¡Si pudiera revestirme tan sólo de cosas simples!

Necesito un empujón de la vida. Una lluvia de locura que me empape los huesos y me lance a un abismo de adrenalina que no me deje respirar dos veces el mismo aire. Un trasplante de energía que me saque de esta intermitencia tenue de la vida, de este parpadeo anárquico del deseo, de esta bahía insensible del corazón.

A ti te digo. ¡Sí, sí! No parpadees más. ¡A ti te digo! No me abandones a mi suerte, en esta vida intermitente llena de tardes de domingo.

Por ser hoy

Hoy, por ser hoy, un día redondo en la cuenta de los calendarios propios, un azar de guarismos, tenía pensado no asomarme por aquí y darle al teclado un merecido descanso.

Pero los ritos se hacen costumbres, las costumbres hábitos y estos últimos acaban siendo obligaciones, no impuestas más que por el deseo de que todas las cosas sigan su orden y estén en su sitio.

Así que, aquí estoy, recontando mensajes y casualidades. Extrañamente alegre delante de la pantalla… divagando. Arreando a tirones con este resfriado que ni me atrapa ni me deja libre. Con esta primavera que ni llega ni dice de irse. Con esta cierta soledad del folio blanco que invita permanentemente a la confesión más profunda y con esta voluntad descolorida que se resiste a hacerla y a contar lo que pasa por mi corazón y por mi cabeza.

En fin, como dice Aute, «es como es, ni si ni no, ni tu yo ni mi yo, ni dos sin tres, ni lucha ni armonía de contrarios, sino todo lo contrario como ves». Un debate silencioso, en el que, cosas del azar y de la vida, siempre salgo perdiendo el tiempo a manos llenas. Aunque ese es un lujo que me gusta derrochar siempre que encuentro ocasión y presencia de ánimo.

¿Qué más contarme? Que ha sido un año estupendo, de alegría, de encuentros azarosos con personas estupendas, unas de más acá y otras de más allá. También de reencuentros con personas maravillosas que pasaron por mi lado y me dejaron un sabor dulce de juventud compartida; y que ahora, misterios de la técnica, se me aparecen más cercanas, aún en la distancia. Que vuelven antiguas amistades a ser más nuevas y más tiernas que nunca. Que las cicatrices de la memoria, han dejado de doler. Que todo está por hacer, aunque siempre creamos que ya está hecho.

Este es el baile que tengo prometido. Preciosa canción, misteriosa letra; una barca para dos, derrotando a la deriva, durante cuatro minutos lentos para que el tiempo se escape despacio y deje marcas indefinidas. Tú no me conoces. Yo no te conozco.

Por eso, y por ser precisamente hoy, todo empieza de nuevo sin que nunca hubiera terminado. Un día redondo en la cuenta de los calendarios.

Quisiera contarte

Quisiera contarte que te echo de menos. Ya sabes a qué me refiero, no hay mucho que explicar. Una ausencia, un vacío que me rellena por dentro y me envenena por fuera. Un ir y venir por las sendas endebles de la memoria infiel y desagradecida.

Que el pasado, que siempre viene tras de mí, tan sólo a un paso, me alcanzó en un descuido y me atacó con su nostalgia. Que hay en mi habitación un baile nocturno de fantasmas, que tiran a dar al corazón, haciéndome trampas.

Que te veo en todas partes, que te escondo en todas mis palabras. Que te escucho en las canciones, que es la única forma que sé de abrazarte en la distancia, y te vas corriendo, como viniste, en un instante, cuando la música se acaba.

Que te echo de menos. Ya sé que tú… No hace falta que digas nada.

Invitación

Cuando más necesito dormir, cuando más concienciado estoy de acostarme pronto para no levantarme desecho y de mal humor como casi siempre, más reluces en mi pensamiento con tu sonrisa contagiosa y fresca. Cuanto más fuerte cierro los ojos y la imaginación, más rápidamente rompes los sellos de la conciencia y entras en ella como por tu casa, para darme una vuelta que acaban siendo un ciento.

Cuanto más me resisto, más impaciente espero tu regreso. Cuanto más me esfuerzo en olvidarte, más cerca te tengo. Cuanto más me alejo de tu camino, más seguro estoy de querer volver al principio. Cuanta más paz deseo, más me gusta tu ataque cuerpo a cuerpo nocturno, intangible y sorpresivo.

Por eso esta noche me quiero dar por vencido. Me abandono a tu suerte y acepto el desafío de esperar tu visita completamente despierto. He dejado abiertas de par en par las ventanas del corazón, la puerta de casa sin cerrar y una música suave para que no te pierdas por el camino.

Visítame esta noche. Me lo tienes prometido.

Viajeros

Algunas veces siento envidia de los viajeros. De las personas que se aventuran a mirar con sus propios ojos el mundo que les está esperando. De aquellos que caminan sobre las huellas de la historia mientras palpan, emocionados y distantes, los tesoros más extraordinarios que jamás pudieron imaginar. De quienes cumplen en carne propia sueños de lejanía y los viven de nuevo para contarlos.

Todos los viajes comienzan mucho antes de dar el primer paso. Porque ya hemos estado allí en un sueño, en una imagen, en una palabra. Hemos entornado mil veces los ojos queriendo sentirnos allí, pintando los pasos que esperamos dar y calculando el paisaje que deseamos que nos envuelva. Todos los viajes, incluso los del corazón, siempre son retornos.

Siento envidia de los viajeros. Pasan por mi lado y me dejan sus huellas, que añado a la historia sin fin que me está escribiendo en estas hojas. Me miran fascinados o tristes, alegres o cabizbajos. Dejaron atrás sus ataduras del sentimiento y no tienen previsto detenerse en mí nada más que el tiempo preciso. Y se alejan y siguen su periplo imparable, de regreso urgente, imperativo, hacia su propio futuro indefinido.

Aquí estoy parado, estático, envejecido. Inundado por el ir y venir de gente que, a veces, muy pocas veces, muy poca gente, me mira un instante… Y aunque yo también los miro, siempre siguen adelante, trazando con prisa su propio destino. ¡Qué misterios buscarán que yo no tengo escondidos!

Y aunque siento envidia de los viajeros, viajero como todos, sé que el azar me lleva por intrincadas pendientes del sentimiento y por extraños caminos. Siempre de regreso, hacia quién sabe cuándo. Caminante de recuerdos. Nómada en el tiempo. Viajero desprevenido.

Espejo

Te recorro esta vez, sumergido en una soledad diferente. Sin el corazón desolado ni atravesado de presencias imposibles. Como un amigo blanco de esquinas rebeldes que tira, de un solo soplo, mis demonios por la borda. Como algodón que me empapa las heridas a deshoras.

Trepas por la mesa, a lo lejos, hacia arriba, cuando mis manos tropiezan en tus orillas y resistes, inmaculado, las manchas de letras que te propino. Como el amor. Como un mar de espuma en el que voy hilvanando estelas contra el olvido.

La música del trazo se para y se acelera; se dobla, se revuelve, se marchita. Palabras perdidas. Vacío, me voy de tu lado las mismas mil veces que vuelvo lleno; para volcar en tu vientre liso una retahíla de ecos. Como un amigo silencioso que me contempla desde lo lejos. Como un espejo.

Te arrugo y te estiro, te llamo y me llamas; te odio y te quiero, te guardo y te pierdo. Te comparto, te engaño, te confieso. Como un amigo. Como el amor. Como el silencio.

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