Una colección de instantes

Despertar (Página 1 de 14)

Promesa

No tenía preparado el corazón para tantos besos. La tarde se fue interrumpiendo con pitidos que escanciaban amistad a sorbos pequeños e invisibles, anunciándome que el sortilegio estaba funcionando.

Llegaron abrazos desde todos los rincones de mi vida, que fui alojando cuidadosamente en mis pupilas dilatas por el asombro y la sorpresa. Sorpresa que se iba transformando en el suspense emotivo de recontar los hilos invisibles que faltaban por tejer en el dobladillo misterioso de la memoria. Entonces, y aún todavía, sentimientos contrapuestos hilvanados por pulgares, me recorren intensamente desde el bolsillo.

Envolver abrazos y besos entre palabras incompletas, no es sencillo. Como tampoco lo es encontrar agradecimientos que no desmerezcan el mimo con el que lo hicisteis para mí. Mis manos son cada vez más torpes y no recuerdo dónde puse las palabras que guardaba para ocasiones especiales. A cambio, prometo solemnemente, no desperdiciar ni una sola ocasión de devolverlos.

Decir adiós

Decir adiós es como pensar que nunca habrá retorno. Que se deja de creer en que los lazos aguanten los embates del olvido y del azar. Que se extingue la llama que ilumina los ojos que te miran, para perderse por los entresijos de la memoria.

Decir adiós es perdonar a quien te olvida. Apartarse a un lado del camino y dejar que corra, vuele, el espacio que nos separa. Tener la certeza de que no habrá suficientes encrucijadas para el regreso, al tiempo que hay espaldas confundiéndose con el horizonte.

Decir adiós es el final que se pregunta por su principio. Resignarse a borrar una estela que nunca trazó nuestra misma dirección. Disolver besos que uno tenía a punto de madurar en la huerta de los corazones.

No hablo de esa despedida que sonríe ilusionada esperando una nueva casualidad. No es como un hasta luego suave que reconforta en la distancia y que ancla a las personas en lugares acogedores del sueño y el duermevela. Tampoco deja abierta la puerta del hasta la vista ni muestra la sonrisa de un nos veremos conciliador y esperanzado.

Decir adiós es acabar perdiendo la batalla. Un viento frío que apaga todas las velas que dejamos encendidas en la ventana. Ausencia definitiva que deja herida incurable. Un naufragio sordo que se hunde en las profundidades.

Decir adiós es dejar de vivir, y morir un poco. Por eso no quisiera decir nunca adiós, ni siquiera pensarlo. Me duele a chorros arrancarme los hilos y no tengo sangre fría para mirar como se transforman en polvo.

Pero ayer pintaste otra vez de rojo la barrera que nos separa y levantaste un muro más alto que el anterior que derribamos. Entonces supe, no sé, un estremecimiento, un temblor extraño, un terremoto de hielo, que nunca más volveremos a saltarlo, que ya no habrá más primaveras en el jardín.

Como puedes ver, no es que exagere; sino que he empezado a decirte… adiós.

Feliz cumpleaños

Tres meses y tres días, dando vueltas a la cabeza, llevo de retraso. Preparando un regalo que quiero hacerte con las palabras más hermosas que se hayan inventado.

Las busco fijándome en tus ojos cada noche de las que me miras en el espejo y escuchando en tu voz el sonido inconfundible de la alegría. Pero no hay palabras suficientes que expliquen los milagros.

Por eso he decidido regalarte para siempre mi color y pintarte con las manos desnudas una ventana abierta que te sople en el corazón.

Quiero perderme en tu sonrisa, porque es un paisaje inmenso en el que cabemos todos de sobra. Déjame hacer contigo castillos en la arena del espejo y acepta, sonriendo, estas palabras como si fuese esta noche del año la única noche de reyes y magos.

Ya estoy preparando algo para que tu siguiente cumpleaños no me sorprenda sin regalos en la mano. A ver si mientras tanto, encuentro a tiempo palabras, que te guste oír conmigo en la voz alta de tus labios.

Tengo el camello en doble fila y me esperan los otros magos. ¡Qué lío tengo esta noche! Perdona si no puedo quedarme más rato.

Abrazos

Hay abrazos que tienen el sonido estridente del hielo al fundirse. O el rumor sordo de corazones en diástole sostenida. Un vuelo corto rasante, de pájaros que abren las alas buscando el abrigo de una certidumbre cercana.

Hay abrazos fugaces que duran para siempre en la memoria imborrable de la piel. Y dejan marcadas huellas transparentes en todos los poros que el destino nos lanza y una armadura resistente a las tristezas nos envuelve, dejando sólo el resquicio imprescindible para echar de menos los brazos que nos rodearon.

Se hace imposible olvidar el pecho que nos albergó, el aire exhalado que nos rozó el rostro como caricia súbita y deliciosa. Sentirse traspasado por otros brazos, es la llave que abre la puerta del universo y nos permite desenredar la soledad que transportamos a cuestas.

Un abrazo es una trampa dulce que deja secuelas imperecederas. Un vacío extenso, un tatuaje transparente. Una sensación absurda de corpiño, chaleco y bufanda. Clausurar los ojos a la luz para intentar, en vano, detener el tiempo en el momento en que el mundo se hace de nuestra medida.

Viento fue tu cintura sobre el pájaro de mis manos. Olas de tu pecho enredando la marea y ruido de caracolas atronando en el silencio. El hilo que nos unía se llenó de nudos marineros y tensó las lágrimas impacientes de un adiós que señalaba, perpendicular y sofocante, los hombros sutiles del espejo.

Hay abrazos, tú lo sabes, que no deberían acabarse nunca.

El misterio del espejo

Este asunto del espejo me mantiene sorprendido desde hace tiempo. Son muchas las preguntas que me asaltan y colecciono las dudas que me sugiere. Un mecanismo extraño que, sin embargo, me hace mostrarme natural y desetiquetado. Que absorbe las casualidades y las convierte en cotidianas, dejándome decidir a mí el curso de los acontecimientos.

No sé aún qué barreras derriba, qué fibra pulsa, qué límites transgrede. Pero el caso es que noto menos peso en la armadura y dejo entrar palabras y ojos que en la vida real ni siquiera hubiera percibido. El caso es que fluyen las ideas, la inteligencia, la empatía. El caso es, y ésta es la mayor de mis pesquisas pendientes, que recibo torrentes enteros de emociones y sentimientos. Como si un suero intangible me transfundiera despacio partículas desconocidas que se insertan directamente en mi corazón.

¿Cómo es posible echar de menos a quienes no abrazaste? ¿Cómo puedo sentir la ausencia de personas que no han cruzado nunca por mi vida? Algún hilo invisible nos une, una conexión distante que acierta en el objetivo. Una casualidad, efímera, me temo, que se ancla en un refugio recóndito del mundo interior que transporto conmigo. Y que sólo es visible desde el espejo.

Pero, ¿cómo sucede? Nos separan kilómetros, años, destinos, vidas enteras. No entiendo los resortes que se activan ni las leyes que los gobiernan. Sólo sé, que coincidimos una noche en la luna y, desde entonces, dejaron de ser coincidencias nuestros encuentros.

Cuando miro atrás en el fondo del espejo, veo un reguero agridulce de lágrimas y besos dibujados con colores brillantes. Pasan entonces por mi cabeza las letras de las canciones, las rimas de los versos, las lágrimas, las risas, los colores, los cuentos y sus princesas,… Hasta un tsunami poderoso que me arrebato todos los restos de cordura que me quedaban colgando y me revolvió el corazón por fuera y por dentro.

Me continúa pasando. Cada noche, en cada beso que recibo y en cada palabra que mando. En cada ventana que se abre, el corazón me da un traspiés que acaba en pálpito risueño. Y no puedo dejar de pensar en por qué yo, por qué a mí, por qué ahora… Embadurnado de preguntas sin respuesta, me planto delante de las ventanas, esperando ver aparecer nombres que me atrapan rezumando magia y cataclismo.

Siempre fui olvidadizo, despistado, ausente, introspectivo. Siempre me sentí lejos, afuera. Un poco colgado. Un tanto ido. No saben cuánta razón tienen, los que piensan que yo siempre estoy en la luna… del espejo.

No se cuentan las palabras

No se cuentan las palabras cuando salen a borbotones, como en un manantial que se derrama por los labios y se esparce en el frío intenso del invierno. Como en un camino de letras indecisas, desgranado en el aire en busca de acertar en el fondo de mil corazones.

Te hablo con mi música sin instrumentos, que avanza solitaria para encontrar ritmos interiores en el otro lado del espejo. Con tirones de nostalgia y de ternura que invaden el blanco de las ventanas y lo visten de emociones descritas con tinta invisible.

Mis palabras siempre son llamadas. Invocaciones esmaltadas con la textura de besos recogidos en sueños que tuve cuando era niño. Citas a ciegas que se adhieren a las paredes de este mundo sin sentidos, esperando capturar los ojos escondidos que sobrevuelan los renglones.

No se cuentan las palabras que al salir de mis dedos se convierten en un carruaje que me lleva a recorrer tus países imaginarios. Y dibujan señales y letreros apuntándome al corazón, con el deseo de ganarle la partida al azar que lleva las manos puestas en el volante: para hacerte regresar al punto de partida y volver a sentirte cerca. O al menos, para avivar complicidades erosionadas por el viento.

Te envío una invitación frágil, que se mece en este espacio sin tiempo deseando ser aceptada. Una canción muda escrita en clave de luna sostenida y ausente. Un torrente de morfemas que se escurre, por las pantallas abajo, dejando regueros de silencio que señalan el camino de vuelta antes de hundirse en el mar del olvido.

No se cuentan las palabras que nos unen. No se cuentan las palabras que cuentan lo que sentimos. No se cuentan las palabras que se quedan grabadas en la memoria y escapan del olvido. No se cuentan las palabras que atraviesan los destinos.

Ten en cuenta mis palabras. Yo sé por qué lo digo.

Haces que se vaya mi melancolía

Haces que se vaya mi melancolía. Repeles mis fantasmas perpetuos, siempre rellenos de desamparo y angustia. Repones la calma, borras las tempestades. Desmientes las pesadillas que me asolan como a náufrago solitario en mitad de las olas. Alejas el viento que hiela las entrañas y el vértigo insensible que marca el ritmo de las horas. Contradices al destino.

Me devuelves de nuevo a la vida con un solo pitido, con un temblor, con un resquicio abierto en el plasma infinito. La vida se vive a golpe de suspiros y dura un instante pequeño y preciso.

Y vuelven otra vez fantasmas, tempestades, vértigos. El náufrago se hunde en las horas del mar y el viento recita poemas de frío. La vida se adormece con pasos gigantes y los relojes destrozan el ritmo incansable de pesadillas repletas de vacío.

Baila en tus dedos mi melancolía. Me revuelves de nuevo la vida.

Mapa del tesoro

Navego por este mar sin oleaje en busca de islas perdidas, escondidas tras el canto de sirenas. Para enterrar tesoros repletos de palabras en su playas y marcar con cruces marineras el lugar exacto en el lienzo intangible de mi bitácora.

Porque quiero tenerlos a mano cuando la suerte me sea esquiva, cuando se me acabe el dulzor del caramelo que tengo en la boca, cuando el corazón cierre las puertas para que la corriente no me arrastre al precipicio.

Porque el mundo de afuera esta lleno de castillos desencantados, de genios sin lámpara y de hadas embrujadas. Porque acabamos llegando tarde a donde no queríamos haber ido y esperamos inútilmente que se acuerden de nosotros quienes no fueron capaces de alegrarnos el camino. Porque los hombres grises nos han invadido la conciencia y no nos dejan sitio ni para sentirnos vivos. Porque después de la calma, siempre vuelve la misma tormenta.

Antes que el cielo se oscurezca del todo, quiero guardar aquí a mi princesa. Y esconder a su lado mi pincel amarillo, el disfraz de búho y un cuento interminable. Quiero esconder también il tintinnio segreto dil mio fanciullino, la canción de los sortilegios y el sonido de mi nombre en todos los labios que he conocido. Aún queda sitio para acomodar a los amigos y taparlo todo con verbos que toquen el cielo con el infinitivo.

Tú has visto dónde tengo enterrado mi tesoro. Si quieres usarlo no tienes que pedir permiso. Pero si te lo llevas lejos y dejas el hueco vacío, me estarás robando el corazón. Y sin corazón ni tesoro, estoy perdido.

Suerte

La suerte pasa a nuestro lado en cada instante. El azar guía sus pasos. Nosotros pretendemos retenerla a toda costa y estudiamos cuidadosamente un protocolo absurdo de manías que la atraigan, que no la dejen escapar. Necesitamos un antídoto eficaz contra sus efectos y pasamos la vida buscándolo sin encontrar más que retahílas huecas que suenan a misterio.

Unas veces, con paso corto y sonoro, la vemos huir en dirección contraria, mientras una sensación profunda de desamparo nos recorre. La vida se nos entristece a bocanadas de aire, que pesan en el pecho y que nos marcan la piel con arrugas de desengaño. Sin saber de dónde proviene el castigo, buscamos en la memoria algún rastro de los errores cometidos y pedimos explicaciones a todos los mundos en los que somos capaces de creer, e incluso, a aquellos en los que nunca creímos.

Otras veces toma nuestra mano y nos guía para dar un paseo delicioso. Nos alumbra el camino y lo pinta de colores brillantes. Y resulta difícil no sonreír, no tocar la eternidad con las manos, no tener el pecho repleto de felicidades. Sentimos el tiempo detenerse; abreviarse la vida, tomarse un respiro y estrenar vacaciones insospechadas que pasan deprisa dejando un regusto dulce en la boca y una suavidad sonora en los labios.

Pero no hay nada personal, nada preconcebido. La suerte tiene trazada su ruta y el azar le abre los caminos. No hay polvo en las estrellas que nosotros no hayamos esparcido. Ni margaritas impares que no hayamos elegido. Sólo están cerradas las puertas a las que nosotros mismos echamos la llave.

Es difícil dejarse mecer en el océano de las casualidades, aceptar las cosas como van llegando y no rebelarse contra el infortunio. Se echa de menos un ancla, una brújula, un sextante. Quisiéramos tener raíces profundas para aguantar los embates o alas para sobrevolarlos. Desearíamos pronunciar un hechizo inquebrantable que nos mantenga a salvo del caos que gira alrededor y que nos va arrancando la esperanza a jirones.

Tú eres mi suerte. Cuando pasaste a mi lado y cogiste mi mano para avanzar, desee que el paseo no acabara nunca. Decidí olvidar mi camino y seguir el tuyo, para estar seguro de saber dónde encontrarte. Y abandonarme al azar misterioso de estar siempre contigo.

Tú eres mi suerte: la de haberte conocido.

Esta noche me asalta el recuerdo

Esta noche me asalta el recuerdo de tu mano que se posa levemente sobre la mía, jugando con mis dedos a no se qué diálogo de palabras innombrables. Me parece adivinar su tacto fresco y su suavidad inquietante abriéndose paso entre la oscuridad y los kilómetros.

Me asalta el recuerdo de los abrazos estrechos que vienen a rescatarme de entre las luces y las sombras que me encarcelan. Soy capaz de sentir de nuevo su calor tibio y su textura de terciopelo rellenando el espacio abierto a la incertidumbre.

Me desconcierta el recuerdo de tu mirada conversando en silencio con mis ojos. Dos puntos de brillo equidistante que me apuntaban, y se escondían detrás del tierno encanto de una sonrisa permanente que anunciaba a gritos la profundidad de sus secretos.

El pasado vuelve con su carga repleta de cosas que no fueron para hacer más profunda la herida de las cosas que no serán. Con el corazón en la garganta aguanto las embestidas de la memoria. Pero el recuerdo es forajido cruel que corta la respiración y la realidad, abriéndose paso hasta invadir la fuente de la que manan todos los instantes.

Esta noche me asaltan los recuerdos. Desvalijado y vencido, beberé de un trago todo el veneno que me corresponde: ¡es tan dulce, tan acogedor, tan intenso…! Más que una sombra de la memoria… ¡me parece un sueño!

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