No puedo explicar esta tonta manía que tengo de empaquetar en renglones los tirones del azar que me desequilibran. Este esfuerzo de traducir a palabras las cosas innombrables que me desbordan a cada instante, con la voluntad escueta de conocer su más intima esencia. Para adivinar su efecto preciso cuando hago equilibrios sobre las teclas, entre ida y vuelta y voltereta.
Sólo soy criatura fugaz, suspiro mundano, soplo de niebla. Agua que fluye por encima de la tierra. Gota de tiempo que resbala impaciente hacia la gota siguiente.
Soy mi propia inconstancia inherente, que se transforma en ráfaga sutil de viento; salpicando de salitre la playa de los días por la que navego deprisa, sin brújula y sin estrellas, sin barco ni mapa, sin mar y sin tierra, sin bandera ni timón. O tal vez estoy anclado en la orilla de este papel y es el mundo verdadero el que se mueve a mi alrededor.
¡Qué absurda costumbre¡ La de contarle a los demás con palabras agridulces, las cosas que sólo tú sabes. Esperando que todos me escuchen, pero que no sepa entenderme nadie.