Perdona que te escriba de nuevo pero, ya ves, no puedo remediarlo. Necesito que me escuches un momento, no voy a entretenerte demasiado, lo prometo. No voy cansarte con mis lamentos, descuida, es sólo para darte un poquito de conversación.
Créeme, no es una cuestión de soledad, ni de tristeza, por lo que te busco. En realidad, la vida me sonríe, más o menos, con los altibajos propios de un azar que no se propasa conmigo. ¿Melancolía?… Bueno… sí… puede que un poco, pero tampoco es lo que me mueve. La nostalgia ya es una amiga inseparable y no cuento sus visitas porque sé lidiar con ella en las largas horas vacías sin perecer en el intento.
Más bien, sé que suena extraño, es un asunto de costumbre. Un vicio que se me ha instalado desde hace tiempo en los dedos. Una especie de adicción que, cuando no la hago, por lo menos un ratito todos los días, siento como si me faltara algo, sin saber exactamente qué. Seguramente no me falte nada y sea sólo que me ataca ese desasosiego común de las rutinas interrumpidas, ese misterioso acto reflejo de las usanzas, esa desazón que da la abstinencia imprevista.
El caso es que, aunque no tenga nada que decir, necesito creer que estás ahí. Hacerme a la idea de que me miras atentamente mientras escribo, como si te interesara adivinar mis pensamientos, como si te importaran mis palabras inútiles y mis rimas absurdas. Como si tú y yo existiéramos a la vez en algún lugar, en algún tiempo, en algún doblez de la realidad.
Ya está, estoy terminando. Al fin y al cabo, parece que no es nada, palabrería de relleno. Pero para mí es mucho más, muchísimo más. Porque en el rato que he tardado en escribirte esto, un instante a lo sumo, sin tú saberlo, como efecto inverosímil de la magia blanca, te han traído hasta aquí mis palabras. Incluso, no debería decir esto para que no dudes de mi cordura pero, me ha parecido que me las ibas leyendo en voz alta y de una en una. Y no es la primera vez que me pasa y espero que no sea la última.
Por eso, para agradecer tu visita y tratarte como te mereces, para dejar que eches la cabeza en mi hombro o espantarte los fantasmas o darle un descanso a tus dudas, quiero invocar la energía de todas las musas, de todas las fuerzas de la magia electrónica. Para que me permitan viajar a tu lado en un momento, estar contigo un rato, no sé, tres minutos si acaso, o lo que dure el instante que tardes en leer conmigo este texto.