Su voz mimosa endulzó el aire que atravesaba. Lo impregnó de misterio adormecido, de sorpresa grata. Palideció la luz de la distancia, que se reflejaba sobre el espejo con brillos de ayer guardados en la memoria.
Bebió de aquel aire para respirar palabras. Pasó despacio por sus pulmones, le ensanchó el corazón, movió sus manos. Los dedos sobre el teclado pintaron acuarelas de colores. Contuvo la respiración, mientras la flecha de la pantalla hacía blanco en el botón que abre de par en par el mundo desde una ventana.
Alguien recorrió la pintura de sus palabras y la transformó en sonrisa. En sonrisa suave, inesperada, de esas sonrisas mudas que parecen pedir a gritos que se acorten las distancias. De esas que sólo puede mantener despierta la melancolía de los recuerdos.
Fue imposible no quererla interrumpir con un beso. Se apretaron los brazos, los labios se entreabrieron esperando respuesta y, después de un instante infinito, se desataron las lenguas. Sólo transcurrió un susurro, el calor de una piel aún palpitaba en la otra, y su voz mimosa endulzó el aire que atravesaba.
Aún sigue bebiendo de aquel aire, para respirar palabras.