Una colección de instantes

julio2024 (Página 1 de 4)

Conexión

Martes

Nada más aparecer en pantalla la foto que me había enviado mi amiga, la vi con mis propios ojos. Estaba allí, igualita que hace diez años, tal y como yo la recordaba.

Inmediatamente quise confirmación y le pregunté a mi amiga que quién era la chica que aparecía con ella en la foto.

—Una amiga, compañera de estudios, y se llama igual que yo —respondió un tanto sorprendida.

Hice mis cuentas y no, era demasiado joven para ser ella. Pero se le parecía tanto que el corazón me hizo un amago de sobresalto.

Miércoles

Pasé por el salón mientras llevaba platos y vasos para la cena. La televisión estaba encendida en modo niño (o sea, a toda voz y sin que nadie la viera) así que no pude evitar escuchar aquella chica que leía una carta.

Me gire hacia la pantalla y allí estaba, igualita que hace diez años, hablando con la misma voz con que yo la recordaba. Era un anuncio en el que personas anónimas van leyendo por trozos una carta y ella fue la primera. Esperé por si salía otra vez, pero no, no hubo suerte.

No podía ser, demasiada casualidad. No obstante, marqué el número de mi amiga y le conté lo sucedido. Ella, sin darle ninguna importancia —más bien incómoda con mi llamada—, me dijo que sí, que ya había visto antes ese anuncio y que la muchacha en cuestión se parecía un poco a su compañera de estudios.

Jueves

En la puerta del supermercado, después de un rato de no encontrar lo que buscaba, yo salía con las manos vacías y ella entraba.

Al verme pareció muy sorprendida y sonrió mientras se acercaba. Había cambiado, diez años dejan rozaduras de vida en todos los mortales, pero no me cupo ninguna duda.

Nos abrazamos con ese cariño que siempre se queda encendido aunque uno crea haberlo apagado, nos deshicimos de la prisa y departimos casi eufóricos, pegados a la pared de la entrada, durante un buen rato.

Seguía siendo muy hermosa, con aquellos ojos abiertos y expresivos que parecían quererte descubrir el alma. De su voz susurrante seguía brotando una cierta clase de magia y yo no quería que se acabara nunca el hechizo.

Pero cada vida tiene que seguir su camino y llegó el momento de despedirse. Besos que saben a pasado y promesas de contacto que no se cumplirán. Pero antes del hasta pronto, se puso risueña y me dijo:

———¿Sabes lo más curioso?

———Cuéntame.

———Que precisamente hace un par de días que soñé contigo, aunque no recuerdo qué. Una tontería, no me hagas caso, no sé porque te lo he dicho.

* * * * *

¿No te ha ocurrido nunca que pensaste en alguien con vehemencia y al poco tiempo apareció? Quizá dejemos un rastro en los demás y alguna clase de energía se conecta o fuerzas astrales que se reclaman a contracorriente.

Sería maravilloso que existiese esa comunicación de los espíritus, de modo que, cuando dos personas piensen mutuamente la una en la otra, se genere algún tipo de fractura en el azar a través de la cual pudieran verse.

Yo pienso demasiado en ti. Tanto, tanto, que podría decir que siempre. Pero… tú… ¿en quién piensas que no apareces?

Silencio

Se hace el silencio en el mundo de los ruidos. La noche sube imparable por el camino de la luna.

Cuelgan del techo los instantes más nítidos y yo, adormilado, me esfuerzo en no perderlos, repasándolos despacio para dejarlos reposar en el filo de la memoria.

Se me escurren entre las sombras, no puedo evitar que este corcho que me va envolviendo la cabeza me los arrebate. Doy otra vuelta en la cama, esperando que salga al rescate la resistencia de las sábanas, el calor de tu cuerpo cercano o el viaje dulce de tu fragancia.

Nada más que vacío se palpa, vacío ausente, sueños efervescentes que huyen de madrugada cobijándose entre las manecillas del reloj. Fantasmas de besos dados al aire, espíritus que danzan un baile extraño. Todo son huecos a mi alrededor, pero ninguno lo encierran tus labios.

Al fin, se me vencen los ojos esperando imposibles. Mientras baja despacio la noche por el camino del corazón y me ocupa con silencio todo el espacio libre.

Arqueografía

Diecinueve años y ya andaba yo con la cabeza llena de pájaros.

He estado leyendo mis poemas de juventud, mirándolos al trasluz, como en un ejercicio arqueográfico, intentando decidir si aún hay algo de mí en ellos.

Y si hay algo de ellos en mí.

LUCES

Doradas luces de tiempos pasados

me han atrapado, silenciosas,

entre recuerdos nunca vividos.

El espejo refleja sin gana

azules imágenes muertas

de gente imaginaria.

Todo es sueño y oscuridad…

Y la luz parpadea lentamente

sobre las lágrimas de ayer

que derraman hoy

mis ojos anhelantes de mañana.

(Granada, 5 de julio de 1984)

Lata

Tus monsergas eran la sal de la vida. Disfrutaba con tus juegos, con tus idas y venidas, con tu espíritu aventurero. Mi corazón inquieto saltaba de alegría con tus pesquisas de juguete envueltas en palabras tiernas.

Las dudas más bellas me florecieron en tus labios cuando intentaba adivinar el porcentaje de verdad con el que me estaban hablando. Me dabas la lata con tus preguntas —o por lo menos, eso decías—, que eran telepatía de travesuras con respuestas numeradas.

Me dabas la lata con hechizos, a la hora de la luna, con bebedizos de palabras que encendían sin esfuerzo todos mis motores. Me dabas la lata y la vida, de día y de noche, entre sonrisas de niña y sonrojos de pasión.

¡Qué lástima, corazón! ¡Cómo te echo de menos desde que reciclas!

Sopa de letras

Hubiera querido ser mosquetero para atizar mandobles, beber a morro y batirme en duelo cada amanecer. Pero soy demasiado endeble, demasiado sutil, demasiado estático.

No basta cambiar una letra para ser lo que no se es. Porque se necesita alma de guerrero y desprecio por la vida para ser mosquetero y saber resguardar tras la espada el honor de una reina desconocida.

Sólo es un sueño estúpido, ya no quiero, yo prefiero mil veces que las cosas sigan como están. Ser mosquitero esperando impaciente en la cama y guardar tu piel blanca de modo que nada la pueda tocar. Verte soñar en mis brazos de agujeritos, respirando bajito, durmiendo en paz.

Cuando te descuidas, muevo mi dedo vaporoso y dibujo con él sobre tu rostro besos delicados y tiernos. Y mientras te contemplo dormida y voy espantando bichos, algunas veces pienso en mutarme las letras y tatuarme con ellas un «mastequiero» recién bordadito sobre tu velo de la vida.

Inspiración

En cuanto empecé a sentirte un poquito, entregué en el ayuntamiento el plano de los castillos en el aire que estábamos haciendo. Nunca conseguimos que aprobaran el proyecto porque, según parece, no caben bien en el plan urbanístico del cielo y atentan contra las medidas preventivas municipales en caso de terremotos y huracanes.

Entre tanto, tecleando, me fui acelerando y pasé a quererte demasiado. Cuando se torció tu gesto tuve que dar un frenazo y mis manos hicieron un plano sobre tu cuerpo imaginario hasta que la inercia y el roce quedaron en paz.

Y justo ahora, ahora que ya sé quererte lo justo y sé lo justo que es que te quiera, prefieres que no estemos juntos y huyes de mis teclas. ¡Cuán infieles son las musas! ¡Qué caprichoso es su favor!

Aun engañado a ciencia cierta, roto el corazón, yo sigo esperando sentado a que vuelvas conmigo al teclado y me susurres al oído un poco más de ese aire esquivo y necesario, al que siempre llamamos inspiración.

Tropiezo

Yo iba en mi mundo, como siempre, a mi bola, que es como los jóvenes dicen ahora. Subiendo pensamientos de dos en dos camino de la luna, pero con los pies navegando por la acera.

Ella —si bien no lo sé con certeza, puedo jugar a imaginarlo— llevaba en la cabeza un montón de cosas que hacer. Pasar por el banco para el asunto de la hipoteca, buscar un regalo decente para la boda de su prima y encontrar un vestido apropiado para el evento.

Nos detuvimos delante del semáforo hasta que el hombrecillo maduro se puso verde. Ni yo la vi venir, ni ella a mí tampoco, supongo que por la densa nube de pájaros que llevábamos en la cabeza. Y en mitad del paso de cebra, ya se lo habrá imaginado la perspicacia de alguna mente lectora, como íbamos pensando en otras cosas, chocamos hombro con hombro.

Ningún desastre digno de mención tuvo lugar en el contratiempo. Nos pedimos perdón educadamente y seguimos nuestro camino sin conceder más atención al suceso.

Pero después me ha dado por pensar en todas las citas imprevistas que nos prepara el azar y en que a todas llegamos desentendidos. En si hay alguna razón para que nuestros hombros coincidieran y en si, cuando seguimos andando por la acera, estropeamos un principio que nunca llegará al final.

Entonces no fui capaz de verlo ni supe qué decir. Pero ahora sí, y en este paso de letras, mientras tú y yo chocamos ojo con ojo, no quiero dejar pasar la ocasión de mencionarte mi asombro de que estemos los dos aquí.

Discúlpame, ha sido por mi torpeza de ir tecleando los pájaros de mi cabeza por lo que hemos tropezado. Pero bueno, si no ha habido daños y ya que estamos… ¿Qué tal si empezamos algo, aunque acabe teniendo fin?

Podrías quizá, un poquito más abajo, y sin que sirva de precedente para tu natural recato y tu habitual decoro, dejarme un poco de tu tiempo, que siempre es oro, escrito en un comentario. Prometo leerlo con mucha más atención que la que puse en aquel tropiezo.

Quiero llorar porque me da la gana

Avatares tiene la vida, sucesos graves que el azar nos planta a la vuelta de cualquier esquina, trampas del destino, ausencias tristes, desencuentros inesperados y traiciones a barlovento a las que somos proclives.

Nadie está libre de que todo se vaya al traste, de que el pie del mundo nos aplaste como hormigas sin que podamos encontrar a tiempo una salida. Nadie puede eludir eternamente esos instantes malditos en los que la luz que siempre hay al fondo del túnel apenas se percibe.

Para todos llegan momentos tristes, inmersiones profundas y a pulmón libre en el lago de la pena, relámpagos en vena que arrasan por donde pasan y destrozan todo lo que encuentran en su camino hacia las estancias del corazón.

En el centro de esos chispazos oscuros que también a mí me ocurren, tengo la dichosa costumbre, adquirida en tiempos remotos de manos de un poeta, de recitar unos versos que aprendí de memoria en la escuela.

Un mantra continuo que recito en voz alta —todo lo alta que el nudo de la garganta permite—, que me libera el pecho, me seca las lágrimas y me alivia el rostro. Versos que me sobrecogieron aquella primera vez que los leí y que aún ahora me estremecen.

Quiero llorar porque me da la gana

como lloran los niños del último banco,

porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,

pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.

Quiero llorar diciendo mi nombre,

rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,

para decir mi verdad de hombre de sangre

matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.

No, no, yo no pregunto, yo deseo,

voz mía libertada que me lames las manos.

En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe

la luna de castigo y el reloj encenizado.

Así hablaba yo.

Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes

y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando.

Me estaban buscando

allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje

y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.

(fragmento del Poema doble del lago Edem, del libro «Poeta en Nueva York» [1929/30] de Federico García Lorca)

Examen de septiembre

Instrucciones:

Resuma en este espacio todo lo que ha aprendido hasta este verano de cada materia. Tiene cinco minutos de plazo. Procure hacerlo con buena letra.

Respuesta:

De matemáticas he aprendido que dos es más que uno más uno y que si se dividen las penas es más fácil sobrellevar el resto. Que tres por dos no es una cuenta, sino una oferta del supermercado. Que decir cuatro por cuatro, no es pensar en el comercio justo, sino en un todo—terreno. Y que para sumar cántaras de leche hay que mirar primero en dónde se ponen los pies.

De geografía ahora sé que el mundo ha encogido y que ya no mide ochenta días. Que Plutón es un planeta jubilado que se ha quedado en cuerpo celeste y que el espíritu olímpico grita mucho, pero es un gas inerte. Que pintar fronteras con sangre es un negocio boyante que nunca está en crisis.

También he aprendido cosas de ciencia, por ejemplo que, aunque nos vean más gordos, los espejos nunca tienen anorexia; o que lo más caro no es el oro, ni el agua ni el petróleo, sino la tinta de una impresora y las patatas fritas de bolsa. Que es mucho más grave que el efecto invernadero, y más invisible, la deshumanización del planeta y la hambruna insostenible.

La literatura es lo que tengo más flojo, pero he aprendido un poco. Que la poesía no es para el verano, que las novelas se venden por kilos y que la tecnología ha matado al diccionario. Y que además del punto final y el punto y seguido, también está el punto com, que es donde escribo.

Pero sobre todo he aprendido que sólo existe lo que sale por la tele. Que siempre hay un fin del mundo en la portada de cada diario y que, del árbol caído, sólo sabemos hacer leña. Que el ojo de Dios fue el primer el Gran Hermano y que por eso debe ser muy sano que nos vigilen con uniforme desde un satélite.

Marca de agua

La noche se estira por encima del laberinto de penumbras y empieza así mi viaje. Parto hacia lugares a los que tan sólo puedo llegar con el corazón encendido, mientras el sopor me invade y se me clava en el filo encogido de las pestañas.

En el centro de ese huracán suavemente consentido, me atormenta no saber si es culpable tu piel o el roce inocente de las sábanas. Si tu sombra es un remolino que me dejó engañarme y quiso atraparme en su giro con un reflejo escapado a hurtadillas de la lámpara. O si tu olor, vereda dulce que conduce hasta tu pecho tierno, sólo es un rumor pasajero, como la niebla de invierno que salpica las madrugadas.

Y cuando regreso de todos esos lugares a donde nadie más que tú sabe llevarme y me asomo, con los parpados entreabiertos, por la ventana del paisaje que entra en mi habitación, me duele hasta el extremo no distinguir lo falso de lo cierto, ni la realidad de la imaginación.

Por eso quiero que bordes en el cielo, con el brillo de tus ojos desgranado en hilitos de plata, una luna redonda que siempre flote en mis sueños como una marca de agua.

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