Está fresca la noche y eso es un alivio. Sopla la brisa más pesadamente por entre las casas y se restriega viscosa contra la piel. Viene como emisaria, anunciando que el verano tiene los días contados y que las noches ya se le han salido de cuentas; que la vida está a punto de retornar a su ritmo frenético y febril de rutinas cotidianas.
Sentado en la escalera del patio, sólo escucho su silbido inconstante que mueve un sonajero en el níspero. La luna está clara, ni llena ni vacía, ensimismada en sus estrellas y en lucirse en su cielo. No se oyen coches, ni gatos ni persianas; tan sólo la flauta desafinada de los cipreses rompe la monotonía del insomnio.
Siempre que bajo de noche al patio, esté como esté la luna, encuentro paz a mitad de camino, en el rellano que da un descanso al viaje estático de los escalones. Se viene conmigo de la mano y me señala un sitio escogido en los últimos peldaños. Le hago caso, me siento, reposo en ella los brazos cruzados sobre las rodillas, descanso los ojos y, simplemente, dejo libre el pensamiento.
Pienso en el dibujo con el que se contonean las sombras de las plantas sobre el patio, en el rumor de agua que se escucha a lo lejos. En el peso de mis párpados, en la tensión de mis manos, en la frialdad extraña que tiene esta noche el suelo. Y sí, no me molesta confesarlo, en qué estarás pensando o en lo que andarás haciendo.
Sin embargo, esta noche, al pararse la brisa un momento, todo se ha quedado quieto: las sombras, los ruidos, hasta el frescor… He cerrado los ojos cuando el vértigo de los pensamientos se ralentizaba, cuando todo se quedaba parado en el mismo fotograma repetido que acababa fundiéndose en negro.
Y al abrirlos, un instante después, ha vuelto el movimiento a las sombras, al aire y al cielo. Como si se hubiesen detenido a la vez el mundo y la vida formando un paréntesis casi imperceptible, un fotograma en blanco de la película, un silencio de fusa en medio de una sinfonía.
Seguramente ha sido un despiste minúsculo, un mareo de la realidad, un atasco en la autovía de los sentidos. Tal vez un sueño, un sueño de los que atacan cuando estás más despierto… Porque sólo un sueño puede fingir rendijas en el océano del tiempo.