Conforme el trayecto se agota y me acerca al gentío, voy sintiéndome más solo, más incómodo. Percibo algo sórdido en la mezcla de olores que desprende la multitud y que se adivina tras el juego de pasos ligeros que me adelantan poseídos por la prisa de llegar al recinto.
Todo es polvo, ruido, desasosiego. Emprendo el sendero que me lleva al interior atravesando el pardo fulgor del albero. La arena amarilla siempre me pareció la de una playa que atardece, en la que la marea de la gente, con sus huellas, va borrando las olas que no saben si van o vienen.
Los caballos resoplan su agobio cuando pasan a mi lado, dóciles, esclavos. Miro a sus lomos y no distingo al jinete del centauro, como miro alrededor y confundo a los faunos con los duendes, los lunares con el vestido y las luces con el cielo.
Ensordecido y atolondrado, voy nadando contracorriente a fuerza de topetazos, mirando atrás, en mi huida, para ver si me siguen quienes quisiera tener a mi lado. En la feria, pues, como en la vida misma. Y cuando los diviso, en su mundo de ojos abiertos como platos, respiro un momento y me dejo envolver en el olor rosa del algodón.
Hay que cortar el ruido con un cuchillo para abrirle paso a la palabra, que acaba desistiendo del empeño en un gesto afirmativo. No hay más remedio que gritar en el oído, camuflando la voz entre la multitud indiferente, disfrazándome de península rodeado de gente por todos lados, excepto por la vertiente aterida del corazón.
Y cuando esa voz del corazón me medio grita señalando la noria, despierto de mi peor pesadilla y afirmo con un ademán de los ojos. Entonces se iluminan los suyos, tan azules, tan chiquitos, mientras todo su cuerpo se emociona en un gesto.
Me saluda a cada vuelta, en cada giro del mundo busca el punto en el que yo me quedo y agita la mano brevemente, con su sonrisa encendida. En esos momentos, dejo de pensar, se acorcha el ruido y se termina la pesadilla.
Porque me muestra cuál es mi sitio en ésta y en todas las vidas, y porque recuerdo, aunque no me gusta, a qué he subido esta noche inmensa a la voracidad hecha muchedumbre que todos llaman feria y que, a mí, tanto me asusta.