De sobra sé que no se pueden plantar semillas en el recuerdo pero, aun así, todos los días las riego. Y todas las noches espero, con los ojos entornados a este duermevela inquietante, que tengas un desliz imperdonable y florezcas para mí de nuevo.

No hace falta que me expliques que en la geografía del aire nunca hubo cabos sueltos. Porque yo quiero seguir explorando paisajes, llenarlos de humo y verlos esfumarse en un sueño por si acaso, la ventana de tu nombre, vuelve a teñirse de espejo.

Mirar atrás y huir hacia delante no es lo más cuerdo que conozco. Pero déjame seguir loco, mirándote de reojo, por si se cruza otra vez conmigo tu estela del porvenir. Porque creo, aunque sin razón aparente, que tenemos un encuentro pendiente de escribir.

Es inútil tu esfuerzo, tu olvido fugaz se nos está quedando corto. Pues, por más que cambies tu corazón de latitud, por muy lejos que te vayas, siempre me tendrás, tan sólo, a un pequeño tú de distancia.