Pasas deprisa, radiante, tan bonita, por delante de la verja del patio. Yo estoy sentado en una silla, a la sombra, como si te estuviese esperando.
Las hojas trazan en el aire el mismo vaivén que tus pasos. Te miro a hurtadillas desde todas las sombras, con el corazón de puntillas y el espíritu sobresaltado. Casi, casi, como si fuese una cita.
Aprietas el paso cuando miras al suelo, mientras se alargan los diez segundos de tu visita hasta que parecen horas cosidas a la esfera del reloj.
Pasas escondida del sol, de un edificio a otro, perdida en tus propias sombras. Pasas en silencio, como pasa el amor, como pasa la vida, como pasan todas las cosas perdidas que no vuelven nunca más.
Pero al llegar al porche, justo en el umbral, cuando todo parece indicar que me ignoras, levantas el rostro y, como en un extraño hola, te despliegas de pronto en una mirada furtiva.
Pasas deprisa, sin parar, mientras te vuelvo a esperar a la sombra, en una silla. Casi, casi, como una cita que no acaba nunca de empezar.