Una colección de instantes

julio2024 (Página 2 de 4)

Catálogo

Antiguos conocidos de la infancia, amigos de nuestros hermanos y hermanos de nuestros amigos, vecinos propiamente dichos y otros adquiridos por razón de doble residencia, compañeros de trabajo presentes y pasados, transeúntes conocidos, clientes asiduos al bar del desayuno, personajes nocturnos del paisaje de las copas, ex-novios o ex-novias y su séquito de amigos.

Dependientes de la carnicería, asesores fiscales que nos sacaron de un apuro, compañeros del viaje organizado que hicimos el verano del ochenta y uno. Todos los que estudiamos en la misma clase, los colegas de la mili que nos cambiaban las guardias y los componentes de nuestra pandilla adolescente, aunque acabáramos peleados por asuntos de faldas.

Correligionarios de partido, de sindicato, de asociación de vecinos o de ONG, los del equipo de fútbol de la peña en la que jugamos los domingos, consuegros, clientes habituales, ex-cuñados, compañeros de nuestros hijos y el mecánico que siempre nos coge el coche aunque tenga el taller atestado de vehículos.

Colegas de profesión o de afición, contactos del messenger o del skype, visitantes del blog, blogueros que visitamos, los colegas de los colegas, dentistas, ginecólogos y matronas, la peluquera de la familia, el cura que nos casó, ex-vecinos simpáticos y todos los maestros varios que tuvimos a lo largo de la vida y que aún vemos con ojos de niño cuando nos los tropezamos.

Amores platónicos y otros que no lo fueron tanto, enredadores y celestinas, correveidiles de las novias con los que nos mandaban la razón de que seguro que les gustábamos. El portero del cine de verano que nos dejaba pasar a hurtadillas, el dueño del kiosco en el que compramos los sábados el periódico. También su hermano, que venía a sustituirlo cuando le daba la alergia. ¡Ah! Se me olvidaba. Y también Serrat, aunque no tengo el gusto de conocerlo de cerca.

Este es el catálogo extenso —seguro que se me olvida alguien— de todos los que llamo amigos. Podrías pensar que soy injusto contigo, que tu sitio está por encima de esa lista tan larga. Y es cierto, no lo dudes, pero quiero que sepas que les llamo amigos con mucho respeto. Porque, aunque aún no lo sean del todo, recuerda que hubo un tiempo en el que nosotros también fuimos eso que son ahora conmigo. Tú y yo, también, estuvimos entre ellos.

Por eso y porque no hay nada grande en este mundo que, alguna vez, no haya sido pequeño.

Curriculum somni

Sueño con serpientes y con tiburones, con dragones y princesas. Sueño tardes con Teresa a la orilla del mar. Tengo molinos alquilados para confundirlos con gigantes y un Macondo nuevecito, empaquetado y listo para habitar.

Hablo con Teseo de nuestras cosas del laberinto y converso en verso con Cyrano de Bergerac. Sueño que estoy al otro lado del espejo, atrapado en el cristal, corriendo detrás de un conejo y sin ver a Alicia por ningún lado. Y termino estresado, al borde del diván, con una libreta en la mano, preguntándole por sus papás a la Bella Durmiente que duerme a mi lado.

También sueño con niños que van andando a la escuela de la mano de sus mamás. Bueno, y a veces con sus maestras, pero de eso prefiero no hablar. Sueño con bicicletas que vuelan extraterrestres, con la isla de Nunca Jamás, con que puedo quererte verde —a ti, no a Peter Pan— y encontrarte floreciente cuando abril me tenga que despertar.

A veces me vuelvo un poco (p)Ícaro, pero al final acabo volando bajito, a ras de suelo, sin perder de vista el horizonte, para que no se me escogorcie la cera de las alas. Sólo me permito coger altura y hacer travesías largas cuando se hace de noche y subo a dar una vuelta por la luna.

Tengo guardados en los sueños, qué sé yo, doscientos mapas del tesoro, veinte o treinta loros, siete patas de palo, dos de acero inoxidable y catorce parches para el ojo malo.

No hablo ningún idioma, pero juego al fútbol con Cruyff y Maradona y nos entendemos que es un primor. Por cierto, que igual un día invitamos a Messi, para echarnos un dos contra dos.

No escribo bien a máquina, ni a mano. No tengo principio ni final ni término medio. Pero así soy yo y aquí presento mi curriculum de sueños, por si queda libre alguna plaza de soñador.

Cartografía

En vuelo cercano surcan las alas de mis manos la llanura oblicua de tu vientre. Se detienen en el abismo de los costados para atraer el vértigo sobre tu piel y, por si no es suficiente, vuelven sobre sus pasos hasta el punto de partida para empezar otra vez.

Después, más arriba, por el paso estrecho que separa las dos colinas, se enredan en ellas haciendo garabatos, dibujos simples de doble acrobacia, mientras rozan y amasan los filos de las montañas antes de subir a la cima.

Desde allí apostados, enhebrando los vértices en el temblor de mis dedos, se abre un paisaje inquietante de cuellos vencidos y labios sedientos. Cuando bajo con los míos, de salto en salto, por las laderas que me llevan abocado a rozarte el corazón, noto un galope tendido, un terremoto continuo, que me retumba en los oídos y me acelera la respiración.

Se abren tus lunas para mí cuando mis ojos consiguen llegar a su altura, mientras comienza el giro de los planetas para dar paso a una noche que nos acecha expectante. Lo que antes era encima, ahora es debajo. Lo que antes dijimos atrás se confunde con delante. Norte y sur se entrelazan en un suspiro, mientras un instante infinito nos atraviesa todos los labios.

Aquel sueño de explorador, este ansia de geografía, la expedición emprendida hacia tu arca del deseo, me revienta por dentro en mil pedazos. Y el mapa de tu piel, ese que llevo escrito en mis dedos, se deshace en este papel y me invade los sueños inacabados.

Fascículos

He empezado a coleccionar las piezas de una casa de muñecas. Y esas miniaturas de coches de época, y a hacer la maqueta de un tren para jugar con él en el salón.

Quiero comprar un armario en el que meter la de minerales raros que empecé ayer. Los carteles de películas buenas para colgarlos en las paredes, las miniaturas de superhéroes, las muñecas de porcelana y un cajonero con mi colección de abanicos hechos a mano.

Y un joyero para los rosarios, para los relojes de bolsillo, para las muñequitas de porcelana. En otro armario quiero poner las mariposas disecadas, el curso de japonés y la colección de navajas.

Tengo que liberar algún estante para cuando termine de hacer el barco que va dentro de la botella. Y para la colección de dedales y la de llaveros y los cuadernillos de croché y las novelas de Agatha Cristie y los cromos de futbolistas y el coleccionable de sudokus y muchas más cosas absurdas que tengo en la lista…

Sólo son extravagancias, no temas. Adolescencias perdidas, que me esconden el hueco que separa tus visitas. Aunque todas las colecciones comienzan en septiembre, yo no pienso perderte de vista.

Porque, la de la vida, empieza siempre. Y me regala en tus labios, en cada fascículo, una moneda que me nombra, con su cara de la memoria y su cruz del olvido.

Incluso tú, incluso yo, de susurros prestados, de besos concretos y de coincidencias, tenemos pendiente del hilo que hay entre los dos, una colección incompleta.

Me laten la impaciencia y el corazón, esperando en silencio la próxima entrega.

Culpable

Era un nudo en el cuello, un asfixia ligera, un aire que no entra, el corazón que se detiene un instante…

———¡Nunca dices nada! Te quedas ahí, callado…

Era un espacio agobiante, un silencio atascado en la cabeza, una angustia que se queda y no quiere marcharse…

———¿Sabes? ¡Me desesperas! No aguanto más…

Era un espasmo imperceptible, un subidón de espuma en los oídos, un estruendo de cuchillos, una palabra indecible que te agujerea la lengua…

———Por lo menos podrías pedirme perdón, o decirme adiós… o algo…

Era un fuego en la garganta, un espíritu envejecido, una fractura en el hielo del alma, un tictac de reloj enfurecido…

———¡Vete a la mierda!

Era una explosión en el pecho, una opresión en el vientre, un murmullo de arena eclipsando los labios, un fragor de ideas desorientadas, una veleta rota que no deja pasar el aire…

No dijo nada. Y nada sabemos nosotros de lo que pasa. Pero el veredicto que dictan nuestros prejuicios es… culpable… en lugar de confuso.

Depredadora

Se asoma, primero, con la cara incrédula de la casualidad. Acercándose despacio, paso a paso, tranquila, mirando hacia otro lado, como si aún no supiera qué camino ha de seguir.

Nadie debe advertir su presencia. Por eso espera sin hacer ruido a que yo no mire para fijar su atención. Estudia mis movimientos, mis andanzas, mis silencios —tal vez mis palabras—, escogiendo el momento preciso para actuar.

La presa está desprevenida, el viento sopla a favor y flota en el aire un instinto de supervivencia camuflado. Es el instante que llama, el más adecuado, cuando los sentidos están preparados y se atenúan hasta suspiros los latidos del corazón.

Entonces ataca furtiva, imparable, saltándome las defensas de la razón con un escorzo invisible. Un movimiento vertiginoso, una sombra, un fotograma borroso, una niebla de velocidad. Una convulsión sutil que cambia la visión de las cosas sin dejar ningún rastro en los ojos.

Basta un roce de su tacto poderoso, una mínima caricia, un guiño, un ademán apropiado. Un gesto tan sólo, un mohín, y el veneno está dentro, inundándolo todo, tomando cuerpo, avanzando hasta dentro y explotando en el corazón.

El espíritu, por fin, se percata de la maniobra hostil. Pero ya es tarde, no se puede hacer nada. Revolverse para retenerla, lo único que consigue es acelerar su retirada intempestiva. No se puede hacer nada más que sufrir y suspirar con fuerza.

Suspirar con fuerza para que detecte mi presencia, para no pasar inadvertido y para que en cada suspiro entienda que quiero que me vigile más de cerca.

A mí ya me ha atacado varias veces. Ten mucho cuidado, porque sigue al acecho. Es una depredadora insensible que siempre cambia de rostro y de cuerpo. Y a la que no percibes cuando viene sino cuando se va.

Ten mucho cuidado y procura ponerte a tiro. Porque así se las gastará, también contigo, la devastadora felicidad.

Habrá días

Habrá días en los que te envolverá la tristeza. Te atará con lazos simétricos al torbellino del desamparo. Cada suspiro exhalará de tu pecho un aire antiguo de deseos malogrados, de vidas paralelas que no acaban cruzándose ni siquiera en el infinito. Te hundirás en el mar bravío del desconsuelo y el peso de la añoranza te hará caer hasta el fondo de un abismo sin fin.

Habrá días en los que te atormente la soledad. Te dolerá el hombro en el que no se posa ninguna mano y te arderán las palmas con las huellas de pieles exentas. Como un remolino en el mar, el hueco de un abrazo vacío te succionará hacia el olvido y, para escapar, no habrá más remedio que abrazarse a la fe de lo desconocido que está por llegar.

Pero también habrá días en que puedas tocar el cielo, flotar sobre el suelo y frotarte los ojos con incredulidad. Te costará soñar encuentros mejores y encontrar mejores sueños. Se te olvidarán los dolores y el genio de alguna lámpara te mostrará, sin más protocolo, que ya encontraste lo que viniste a buscar.

Hay que estar preparados, porque el azar es un zoco, un rastro, un mercado revuelto, un tenderete loco. Una feria inmensa de la que no se puede escapar y en la que se puede encontrar de todo. Y hay que estar preparados para regatear.

Firma

Me decepcionó un poco la primera impresión. Esperaba un sitio más lúgubre, de esos que parecen suspendidos en el tiempo, con menos luz y algún fuerte olor a incienso, o a tabaco, o a sudor. Pero lo cierto es que parecía una oficina triste sin más, escueta y desordenada, impersonal.

El tamaño, en cambio, se parecía bastante al que mi fantasía había elucubrado cuando me insinuaron que debería hacer la prueba. Tuve que apartar un par de sillas para acceder a la mesa rectangular y gris desde la que, en un juego de contraluz más mísero que misterioso, una silueta me invitaba a pasar.

Al acercarme fui observando cómo aquel destello se aclaraba hasta convertirse en una chica joven —al menos, más que yo—, que extendió su mano de dedos gorduelos y uñas pintadas hacia mi llegada.

No me dejó apretársela, no sé si miedo o timidez, porque la retiró enseguida, resbalando por la mía como un pez eludiendo el anzuelo, en un leve roce que me sirvió para intuir la frialdad de los muchos anillos plateados que llevaba en los dedos.

———Siéntese, por favor. Necesito que firme aquí ———dijo entregándome un folio blanco y un bolígrafo en el que reconocí el nombre de una marca.

Intentando evitar esa pertinaz resistencia que el papel impoluto siempre me opone, lo dejé caer de cualquier manera sobre la mesa, al tiempo que pregunté:

———¿Dónde quiere que firme?

———Donde usted quiera ———respondió mientras ordenaba papeles en su lado de la mesa———. Esa es una parte del test.

Cogí el instrumento, apoyé el codo en la mesa y sujeté el papel con la otra mano. Entonces, justo a la altura a la que mi mano topó con el folio, intenté hacer mi rúbrica.

Pero, no sé, algo pasó con la punta que me desvió la trayectoria y el trazo salió torcido, forzado, tembloroso, falso. Levanté el papel y me di cuenta que la mesa no estaba completamente lisa, sino que tenía marcas en su melamina gris, como de huellas de otras firmas de los tantos que alguna vez hemos firmado allí.

Supongo que no tardé demasiado, pues la cara que puso al entregarle el papel no dejó entrever ningún signo de impaciencia. No pude verle los ojos, que descendieron sobre mis manos y sobre la firma que llevaba en ellas. Pensé que tal vez era parte del protocolo.

———No me ha salido bien —me excusé—. ¿Puedo repetirla?

———No es necesario, no se preocupe, eso es todo ———me espetó sin mirarme a la cara———. El informe estará listo en media hora. Yo misma lo llevaré.

Entendí que, en el minuto largo de silencio que ocurrió después, iba implícita la despedida. Así que, sin decir nada más, salí de aquel despacho volviendo a apartar las sillas.

No sé cuánto tiempo estuve en la sala vacía, ni tampoco recuerdo cuando se empezó a llenar. Pero al cabo de un rato, sentado, enfrente de un grupo de desconocidos que apenas se atrevían a cruzar conmigo los ojos, me pareció distinguir entre el eco de palabras que reverberaban en la habitación desnuda, que hablaban de mí.

———Voy a leerles mi informe sobre el sujeto ———dijo una voz parecida a la de la mujer que me hizo firmar en la mesa gris——— basándome en un detallado estudio grafológico que le realicé esta mañana.

Se manifiesta como una persona reservada, con cierta timidez, tendente a la introversión. Revela poseer cierto gusto estético y suavidad en el trato, pues en su firma abundan los trazos curvos. El ángulo ascendente y la velocidad de ejecución indican una poderosa ambición y deseo de hacerse notar, así como agilidad mental y dinamismo orientado. La presión de la escritura, hace pensar en que posee un temperamento práctico y activo. Si añadimos el detalle de una rúbrica extensa, podemos afirmar que se trata de un individuo seguro de sí mismo y determinado a concretar sus metas a cualquier precio. Y, sin embargo, que sólo unas pocas letras sean legibles, indica que toma ciertas reservas antes de conceder su confianza a los demás. El uso de mayúsculas en la firma permite deducir que tiene una buena autovaloración y auto imagen. El predominio del nombre, demuestra un ‘Yo’ íntimo muy fuerte y una gran auto aceptación. Es decir que, el sujeto, presenta múltiples características peligrosas que pueden hacerlo propenso a la reflexión, a la observación sistemática e, incluso, aunque en fases agudas que aún no ha sufrido, podría verse abocado a ataques de literatura. En resumidas cuentas, por el momento, desapruebo la posibilidad de dejarlo libre.

———Es muy curioso, doctora ———dijo el hombre de la barba blanca que había en el centro———. Su informe es casi idéntico al del paciente que hemos analizado antes… ¿no?… A ver… Sí, ese que firmó con tanta fuerza que llegó a perforar el papel ———dijo rebuscando entre sus papeles hasta que separó uno del montón perfectamente ordenado que tenía delante———. ¿No le parece una extraña casualidad?

———Tiene razón, señor director. De hecho, sus firmas son muy similares salvo por leves variaciones, pero parecen estar gestadas sobre un molde común. Aunque, en cualquier caso, el resultado de ambos informes es tan rotundo que anula cualquier posibilidad de error.

———La incorporación de la grafología al estudio y previsión de delitos artísticos ha consolidado un enorme avance de esta ciencia ———subrayó el director———. ¿Qué sería del Gran Orden Mundial, si permitiéramos que toda esa ralea de poetas y escritores anduviesen por ahí sueltos? Bien, pues, por tanto, que lo mantengan sedado, que retiren sus efectos personales y cualquier posible motivo de inspiración de su cuarto de recluimiento. ¡Ah! Y si tiene seudónimo, que se lo borren también y lo dejen a nombre desnudo.

Yo hubiese protestado, les habría hablado del despacho, del contraluz, de la mesa gris, de que tuve que apartar las sillas. Les habría explicado la muesca que aún estaba fresca en la mesa en la que firmé. Que esa firma no era la mía, que podía demostrárselo a todos ahora, que yo ni siquiera sé escribir…

Pero no pude evitarlo. Cuando adiviné que me retirarían tus fotos, tus cartas, tus palabras y, por si fuera poco, además, mi diario, creí enloquecer. Me levanté como un resorte intentando desasirme del abrazo de los enfermeros ———quien dijo que un abrazo es una trampa dulce se equivocó por completo, porque también hay trampas amargas en todos los brazos———, que me acabaron tirando al suelo. Un pinchazo es lo último que recuerdo…

Y aquí sigo, dormido y despierto, víctima de la grafología, buscando un hilo que me saque de este laberinto del sueño. Si me has leído, desconfía. Y ten cuidado con dónde firmas, porque puede que también a ti quieran meterte dentro.

Pero… espera un momento… No vienes a rescatarme, ¿verdad? Si has… si sólo has venido a… leerme… ¡Es que tú también has firmado ya!

Barquitos

«E-cinco» dijiste la primera vez, como si nada, lo primero que vino a tu mente, cosas del azar. Yo me sentí tocado nada más empezar este juego de secretos para dos, cavilando el roce de las miradas desatadas que nos propinamos sin querer.

«E-seis», continuó tu maniobra, y me volviste a tocar. Yo estaba contento porque, en el fondo, a todos nos gusta ser descubiertos en otras manos suaves y blancas. Después de eso, ya se sabe que con un solo beso se alteran las brújulas y se redibujan las cartas de navegación.

Bastó poco para que afinases la puntería con un «E-siete». Me dejaste herido de muerte, hundido sin remisión en tus ojos, deseando que tu abordaje me durara para siempre.

Hice trampa, ahora puedo confesártelo, y, sin que tú me vieras, moví mi corazón un poquito para que pudieras darle más fácilmente. Y en verdad que no hubiera hecho falta, porque tienes algo de hechicera y adivinaste, desde el principio, que el rumbo de mi flota llevaba el viento a tu favor.

Pero ahora que estoy hundido, que tu recuerdo me tiene ahogada la voz, te escondes detrás del tablero y, a todos los números y letras que digo, siempre me respondes con lo mismo ———agua, agua, agua——— y nunca acierto a tocarte el corazón.

Esperando tormentas

Tiempo revuelto éste, cuando choca la cola del verano con la cabeza del otoño. Los días pasan corriendo, como las nubes, que a veces forman un manto grisáceo que tapa el cielo para, un momento después, dejar que la furia del sol nos abrume de nuevo.

Hace frío en la sombra o, por lo menos, fresco, en tanto que a cielo descubierto abrasa sin piedad la luz. Pasan las nubes deprisa, empujadas por el viento y dejan, sin motivo aparente, rastros de gotas que apenas sirven para manchar el suelo.

Y aquí en el patio, debajo de la sombrilla enorme que tengo desplegada, el tiempo parece cambiante, indeciso, debutante en estas lides. Oigo el ruido de gotas gordas que comienzan una sinfonía siempre inacabada y yo también dudo si cerrar la sombrilla o protegerme del agua.

Al poco tiempo, cinco minutos escasos, el sol brilla de nuevo y tengo que desplegarla deprisa y corriendo para sentirme a salvo, escondido debajo de esta coraza, para que no me hiera el sol ni me roce el agua.

Así se nos pasa la vida, decidiendo, abriendo y cerrando la sombrilla, controlando el miedo de que nos hagan daño. Permitiendo que entren unos cuantos y cerrando la puerta a los demás sin criterio definido, con el único indicio vacío de lo que quieren ver nuestros ojos.

Tal vez esta noche de relámpagos traiga lluvia, y tal vez yo la esté deseando. Aunque sé que, las gotas que me caigan hoy, no me protegerán de las de mañana. Ni tampoco servirán para secar las que me mojaron ayer.

A pesar de todo, lo que yo quisiera es que, en esta noche de tormenta, tras el relámpago de tus ojos, tú me llovieras a besos sobre la piel.

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