Me decepcionó un poco la primera impresión. Esperaba un sitio más lúgubre, de esos que parecen suspendidos en el tiempo, con menos luz y algún fuerte olor a incienso, o a tabaco, o a sudor. Pero lo cierto es que parecía una oficina triste sin más, escueta y desordenada, impersonal.
El tamaño, en cambio, se parecía bastante al que mi fantasía había elucubrado cuando me insinuaron que debería hacer la prueba. Tuve que apartar un par de sillas para acceder a la mesa rectangular y gris desde la que, en un juego de contraluz más mísero que misterioso, una silueta me invitaba a pasar.
Al acercarme fui observando cómo aquel destello se aclaraba hasta convertirse en una chica joven al menos, más que yo, que extendió su mano de dedos gorduelos y uñas pintadas hacia mi llegada.
No me dejó apretársela, no sé si miedo o timidez, porque la retiró enseguida, resbalando por la mía como un pez eludiendo el anzuelo, en un leve roce que me sirvió para intuir la frialdad de los muchos anillos plateados que llevaba en los dedos.
—Siéntese, por favor. Necesito que firme aquí —dijo entregándome un folio blanco y un bolígrafo en el que reconocí el nombre de una marca.
Intentando evitar esa pertinaz resistencia que el papel impoluto siempre me opone, lo dejé caer de cualquier manera sobre la mesa, al tiempo que pregunté:
—¿Dónde quiere que firme?
—Donde usted quiera —respondió mientras ordenaba papeles en su lado de la mesa—. Esa es una parte del test.
Cogí el instrumento, apoyé el codo en la mesa y sujeté el papel con la otra mano. Entonces, justo a la altura a la que mi mano topó con el folio, intenté hacer mi rúbrica.
Pero, no sé, algo pasó con la punta que me desvió la trayectoria y el trazo salió torcido, forzado, tembloroso, falso. Levanté el papel y me di cuenta que la mesa no estaba completamente lisa, sino que tenía marcas en su melamina gris, como de huellas de otras firmas de los tantos que alguna vez hemos firmado allí.
Supongo que no tardé demasiado, pues la cara que puso al entregarle el papel no dejó entrever ningún signo de impaciencia. No pude verle los ojos, que descendieron sobre mis manos y sobre la firma que llevaba en ellas. Pensé que tal vez era parte del protocolo.
—No me ha salido bien me excusé. ¿Puedo repetirla?
—No es necesario, no se preocupe, eso es todo —me espetó sin mirarme a la cara—. El informe estará listo en media hora. Yo misma lo llevaré.
Entendí que, en el minuto largo de silencio que ocurrió después, iba implícita la despedida. Así que, sin decir nada más, salí de aquel despacho volviendo a apartar las sillas.
No sé cuánto tiempo estuve en la sala vacía, ni tampoco recuerdo cuando se empezó a llenar. Pero al cabo de un rato, sentado, enfrente de un grupo de desconocidos que apenas se atrevían a cruzar conmigo los ojos, me pareció distinguir entre el eco de palabras que reverberaban en la habitación desnuda, que hablaban de mí.
—Voy a leerles mi informe sobre el sujeto —dijo una voz parecida a la de la mujer que me hizo firmar en la mesa gris— basándome en un detallado estudio grafológico que le realicé esta mañana.
Se manifiesta como una persona reservada, con cierta timidez, tendente a la introversión. Revela poseer cierto gusto estético y suavidad en el trato, pues en su firma abundan los trazos curvos. El ángulo ascendente y la velocidad de ejecución indican una poderosa ambición y deseo de hacerse notar, así como agilidad mental y dinamismo orientado. La presión de la escritura, hace pensar en que posee un temperamento práctico y activo. Si añadimos el detalle de una rúbrica extensa, podemos afirmar que se trata de un individuo seguro de sí mismo y determinado a concretar sus metas a cualquier precio. Y, sin embargo, que sólo unas pocas letras sean legibles, indica que toma ciertas reservas antes de conceder su confianza a los demás. El uso de mayúsculas en la firma permite deducir que tiene una buena autovaloración y auto imagen. El predominio del nombre, demuestra un ‘Yo’ íntimo muy fuerte y una gran auto aceptación. Es decir que, el sujeto, presenta múltiples características peligrosas que pueden hacerlo propenso a la reflexión, a la observación sistemática e, incluso, aunque en fases agudas que aún no ha sufrido, podría verse abocado a ataques de literatura. En resumidas cuentas, por el momento, desapruebo la posibilidad de dejarlo libre.
—Es muy curioso, doctora —dijo el hombre de la barba blanca que había en el centro—. Su informe es casi idéntico al del paciente que hemos analizado antes… ¿no?… A ver… Sí, ese que firmó con tanta fuerza que llegó a perforar el papel —dijo rebuscando entre sus papeles hasta que separó uno del montón perfectamente ordenado que tenía delante—. ¿No le parece una extraña casualidad?
—Tiene razón, señor director. De hecho, sus firmas son muy similares salvo por leves variaciones, pero parecen estar gestadas sobre un molde común. Aunque, en cualquier caso, el resultado de ambos informes es tan rotundo que anula cualquier posibilidad de error.
—La incorporación de la grafología al estudio y previsión de delitos artísticos ha consolidado un enorme avance de esta ciencia —subrayó el director—. ¿Qué sería del Gran Orden Mundial, si permitiéramos que toda esa ralea de poetas y escritores anduviesen por ahí sueltos? Bien, pues, por tanto, que lo mantengan sedado, que retiren sus efectos personales y cualquier posible motivo de inspiración de su cuarto de recluimiento. ¡Ah! Y si tiene seudónimo, que se lo borren también y lo dejen a nombre desnudo.
Yo hubiese protestado, les habría hablado del despacho, del contraluz, de la mesa gris, de que tuve que apartar las sillas. Les habría explicado la muesca que aún estaba fresca en la mesa en la que firmé. Que esa firma no era la mía, que podía demostrárselo a todos ahora, que yo ni siquiera sé escribir…
Pero no pude evitarlo. Cuando adiviné que me retirarían tus fotos, tus cartas, tus palabras y, por si fuera poco, además, mi diario, creí enloquecer. Me levanté como un resorte intentando desasirme del abrazo de los enfermeros —quien dijo que un abrazo es una trampa dulce se equivocó por completo, porque también hay trampas amargas en todos los brazos—, que me acabaron tirando al suelo. Un pinchazo es lo último que recuerdo…
Y aquí sigo, dormido y despierto, víctima de la grafología, buscando un hilo que me saque de este laberinto del sueño. Si me has leído, desconfía. Y ten cuidado con dónde firmas, porque puede que también a ti quieran meterte dentro.
Pero… espera un momento… No vienes a rescatarme, ¿verdad? Si has… si sólo has venido a… leerme… ¡Es que tú también has firmado ya!