Puede ser que la estrechez de tu cintura tome la forma de mis manos, que la suavidad de tu piel se confunda con la brisa que dejas al pasar y que más tarde respiro a palmos.

Puede ser que tus brazos tengan la longitud precisa para rodearme y mantenerme a la distancia exacta. Que tus hombros estrechos requieran el hueco perfecto que se abre en mi pecho cuando me alcanzan.

Puede ser que tu pelo sea del color de mis ojos cuando lo miro embobado. Que tus orejas frías se ondulen en el molde adecuado cuando perciban que mi voz les susurra las palabras que les guardo en el corazón.

Puede ser que tus pechos rellenen el hueco vacío de mis palmas, que tus labios sean el puerto al que derivan los míos cuando abandono el timón. Puede ser que tu lengua se venza en mi contrincante más tierno y que tus pezones sean los botones con los que me abrocho tu sed.

Puede ser que tu vientre sustente el campo sembrado en el que mi deseo se hace fuerte. Y que tu sexo sea la estancia infinita que detiene el tiempo en un gemido. Que tus manos dibujen el espacio concreto en el que existo y que, en tu ombligo, se asiente desde el principio el origen del universo.

O puede que no, que todo sea nada y que, estos renglones, no sean más que palabras.