He empezado a coleccionar las piezas de una casa de muñecas. Y esas miniaturas de coches de época, y a hacer la maqueta de un tren para jugar con él en el salón.

Quiero comprar un armario en el que meter la de minerales raros que empecé ayer. Los carteles de películas buenas para colgarlos en las paredes, las miniaturas de superhéroes, las muñecas de porcelana y un cajonero con mi colección de abanicos hechos a mano.

Y un joyero para los rosarios, para los relojes de bolsillo, para las muñequitas de porcelana. En otro armario quiero poner las mariposas disecadas, el curso de japonés y la colección de navajas.

Tengo que liberar algún estante para cuando termine de hacer el barco que va dentro de la botella. Y para la colección de dedales y la de llaveros y los cuadernillos de croché y las novelas de Agatha Cristie y los cromos de futbolistas y el coleccionable de sudokus y muchas más cosas absurdas que tengo en la lista…

Sólo son extravagancias, no temas. Adolescencias perdidas, que me esconden el hueco que separa tus visitas. Aunque todas las colecciones comienzan en septiembre, yo no pienso perderte de vista.

Porque, la de la vida, empieza siempre. Y me regala en tus labios, en cada fascículo, una moneda que me nombra, con su cara de la memoria y su cruz del olvido.

Incluso tú, incluso yo, de susurros prestados, de besos concretos y de coincidencias, tenemos pendiente del hilo que hay entre los dos, una colección incompleta.

Me laten la impaciencia y el corazón, esperando en silencio la próxima entrega.