Sueño con serpientes y con tiburones, con dragones y princesas. Sueño tardes con Teresa a la orilla del mar. Tengo molinos alquilados para confundirlos con gigantes y un Macondo nuevecito, empaquetado y listo para habitar.
Hablo con Teseo de nuestras cosas del laberinto y converso en verso con Cyrano de Bergerac. Sueño que estoy al otro lado del espejo, atrapado en el cristal, corriendo detrás de un conejo y sin ver a Alicia por ningún lado. Y termino estresado, al borde del diván, con una libreta en la mano, preguntándole por sus papás a la Bella Durmiente que duerme a mi lado.
También sueño con niños que van andando a la escuela de la mano de sus mamás. Bueno, y a veces con sus maestras, pero de eso prefiero no hablar. Sueño con bicicletas que vuelan extraterrestres, con la isla de Nunca Jamás, con que puedo quererte verde a ti, no a Peter Pan y encontrarte floreciente cuando abril me tenga que despertar.
A veces me vuelvo un poco (p)Ícaro, pero al final acabo volando bajito, a ras de suelo, sin perder de vista el horizonte, para que no se me escogorcie la cera de las alas. Sólo me permito coger altura y hacer travesías largas cuando se hace de noche y subo a dar una vuelta por la luna.
Tengo guardados en los sueños, qué sé yo, doscientos mapas del tesoro, veinte o treinta loros, siete patas de palo, dos de acero inoxidable y catorce parches para el ojo malo.
No hablo ningún idioma, pero juego al fútbol con Cruyff y Maradona y nos entendemos que es un primor. Por cierto, que igual un día invitamos a Messi, para echarnos un dos contra dos.
No escribo bien a máquina, ni a mano. No tengo principio ni final ni término medio. Pero así soy yo y aquí presento mi curriculum de sueños, por si queda libre alguna plaza de soñador.
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