Era un nudo en el cuello, un asfixia ligera, un aire que no entra, el corazón que se detiene un instante…

———¡Nunca dices nada! Te quedas ahí, callado…

Era un espacio agobiante, un silencio atascado en la cabeza, una angustia que se queda y no quiere marcharse…

———¿Sabes? ¡Me desesperas! No aguanto más…

Era un espasmo imperceptible, un subidón de espuma en los oídos, un estruendo de cuchillos, una palabra indecible que te agujerea la lengua…

———Por lo menos podrías pedirme perdón, o decirme adiós… o algo…

Era un fuego en la garganta, un espíritu envejecido, una fractura en el hielo del alma, un tictac de reloj enfurecido…

———¡Vete a la mierda!

Era una explosión en el pecho, una opresión en el vientre, un murmullo de arena eclipsando los labios, un fragor de ideas desorientadas, una veleta rota que no deja pasar el aire…

No dijo nada. Y nada sabemos nosotros de lo que pasa. Pero el veredicto que dictan nuestros prejuicios es… culpable… en lugar de confuso.