Cien es un número tremendamente inexacto, porque engloba una buena porción de significados confusos. Hay otros, en cambio, como, por ejemplo, noventa y ocho o ciento tres, que están dotados con una certeza inherente de la que el cien adolece.

Ni todo a cien, ni todos a cien. Eso pasa siempre, que los números redondos suelen entrañar una mentira. Lo que a veces cuesta explicar es si la aproximación cometida al redondear, se refiere al fondo o a la cantidad.

Mil y un puñado, son también números legendarios, que acarrean en su dicción guarismos fantásticos. Números con una potencia especial que no reside en el cardinal que implicitan, sino en su intención de simplificar vagos conceptos de abarcabilidad, de misticismo y de cercanía.

Pero de las varias clases que existen —complejos, reales, decimales, racionales, enteros, naturales, esotéricos y transfinitos, algunos de ellos esencialmente incontables—, mi favorito, por ningún motivo especial, es el número catorce. Y, total, puestos a escoger, preferiblemente miércoles.

Pero claro, hoy que lo es, y además veintiocho, se podría pensar que, por sólo multiplicar, ha de gustarme el doble. Sin embargo, cien veces te tengo dicho que hay operaciones inexactas que dan como inexacto resultado un número. Y cien es un número del que siempre hay que desconfiar.

Digamos mejor, entonces, que son noventa y nueve y el que corre. Este que acaba de terminar.