Triste es, sencillamente, una palabra muy corta. Es cierto que, al pronunciarla, hay que compungir levemente el gesto y espirar un aire profundo que se escapa entre los dientes, casi como un suspiro. Pero apenas le caben un par de sílabas, un par de sentimientos, un par de lágrimas.
Lo que yo necesito esta noche es una palabra interminable. Una palabra cuyo sonido atraiga dolores sobre el pecho y apriete el nudo de la garganta hasta el mismo punto de la indecisión entre tragarse su saliva o dejarlo salir a borbotones resbalando por las mejillas.
Esta noche busco una palabra diferente, fonéticamente complicada o no, pero que recoja en su semántica interior el efecto del silencio opresivo que me zumba en los oídos. Una palabra enrevesada que haga sufrir a la lengua, que retiemble en los dientes y en el paladar como este mordisco al aire que no dejo de dar y que me sabe a herrumbre y me huele a fracaso.
Necesito, en fin, encontrar una palabra infinita que me tenga ocupadas las manos y la piel al escribirla, que enrede un olvido hasta transformarlo en recuerdo y que, después de escrita, me mire desde su tinta con tus ojos.
Pido ayuda a todo aquel que haya intentado buscarla alguna vez. Porque yo estoy perdido y necesito pistas de su paradero, del idioma en el que esté, de su ingrávida etimología y de lo duradero de su efecto.
Lo más terrible de esta búsqueda infructuosa, es que yo sé exactamente dónde se encuentra. Porque, si has llegado hasta aquí siguiendo el rastro blanco y negro que te dejo, entonces, seguramente, la tienes en la punta de la lengua, en el borde de tus labios, en una esquina de tu corazón derrumbado.
Lástima que ahora, ya, no me la puedas pronunciar al oído y que, de entre todo lo que tengo aún guardado para darte, hayas decidido llevarte solamente estas lágrimas.