Tengo que colocar los ojos de tal modo que, aunque te mire, no pueda verte, como si fueses transparente. Apartarme también de los tuyos y hacerme sombra que se ignora a tu paso.

Necesito ensayar la voluntad necesaria para no tocarte. Para no querer aproximarme, para que no se aceleren mis manos y no quedarme gravitando en fase creciente, a un paso tuyo, como un satélite estúpido que te gira alrededor.

Tengo que controlar el motor que me arrancaste en el pecho, o bajar la revolución de sus latidos y dejarlo en un ralentí pasivo, indolente, automático, que no me deje estremecerme si es que pasas por mi lado.

Es imprescindible que, desde ahora, respire muy despacio, muchas menos de trece veces por minuto, para evitar que me inunde tu aroma, ese que me llega desde el ayer. Y también tengo que injertarme un filtro en la memoria para que deforme todo lo que me has hecho vivir y no pueda parecerme tan bonito.

Y pintar otra vez de gris las paredes de la vida. Volverme a sentir vacío y tener los labios secos. Desamarte sin motivo, destenerte sin ausencia, desenredarte del aire y desoír la voz interior que me dejaste grabada. Reír fuerte y con ganas para espantar la tristeza. E irme a la cama sin llevarte en la cabeza ni en la piel ni buscarte en un doblez de las sábanas.

Tanta tarea pendiente por ti es mucho esfuerzo. No es fácil, ya sabes. Desvivirse por vivir y esperar después que el tiempo eche una mano es una estrategia inacabable. Pero es que de alguna manera tendré que olvidarte y no se me ocurre cómo.

Y nada más…. Apenas nada más.