Ya es pasado. El presente se esfuma hacia delante, a una décima de segundo. Extiendo las manos para tocarlo y se escabulle entre la maraña de células que lo protegen del tacto.
Cuando escucho tu voz, ya hace tiempo que me hablaste. Cuando noto tu dedo recorriendo mis labios, ya andan tus manos en otro trayecto. Cuando el ruido de la puerta viene seguido de un golpe de frío glaciar, entiendo entonces que te fuiste mucho antes de llegar a ningún sitio.
El momento en que descubrimos que el sentimiento aparece, siempre es un recuerdo. Por eso nos sorprende la vida en cada instante y se encapricha el azar, porque van por delante, tan cerca y tan lejos que nunca los podemos alcanzar.
Nos engaña el cerebro y nosotros nos dejamos engañar como criaturas fugaces, tan fugaces como el presente que se filtra tapando la realidad. Palpamos el humo creyendo que es carne, que es agua, que es calor… pero todo es pasado, todo es falso, todo es camuflaje sutil y neuroquímica del azar.
Cuando digo ahora, ya es pasado. Sin que siquiera se consuma el tiempo de parpadear ni el de rellenar los huecos en negro que suceden en la retina con el fotograma siguiente. Se estira el presente, como un horizonte cruel, que avanza delante, a nuestro paso, pero una décima de segundo más allá.
Y aunque en este presente sé que sólo beso tu niebla, tus labios de ayer permanecen en mí tan dulces, tan sólidos, tan reales… Se parecen tanto a un ahora, que consiento libremente en dejarme engañar por la memoria.
¡Qué impenetrable membrana! ¡Qué inalcanzable frontera! ¡Y qué desconsuelo pensar que, tras este invierno crudo para el corazón y para la cabeza, a una décima de ti, a una décima de mí, nos está acechando a destiempo, quizás, la primavera!