Una colección de instantes

marzo2025 (Página 3 de 4)

No se cuentan las palabras

No se cuentan las palabras cuando salen a borbotones, como en un manantial que se derrama por los labios y se esparce en el frío intenso del invierno. Como en un camino de letras indecisas, desgranado en el aire en busca de acertar en el fondo de mil corazones.

Te hablo con mi música sin instrumentos, que avanza solitaria para encontrar ritmos interiores en el otro lado del espejo. Con tirones de nostalgia y de ternura que invaden el blanco de las ventanas y lo visten de emociones descritas con tinta invisible.

Mis palabras siempre son llamadas. Invocaciones esmaltadas con la textura de besos recogidos en sueños que tuve cuando era niño. Citas a ciegas que se adhieren a las paredes de este mundo sin sentidos, esperando capturar los ojos escondidos que sobrevuelan los renglones.

No se cuentan las palabras que al salir de mis dedos se convierten en un carruaje que me lleva a recorrer tus países imaginarios. Y dibujan señales y letreros apuntándome al corazón, con el deseo de ganarle la partida al azar que lleva las manos puestas en el volante: para hacerte regresar al punto de partida y volver a sentirte cerca. O al menos, para avivar complicidades erosionadas por el viento.

Te envío una invitación frágil, que se mece en este espacio sin tiempo deseando ser aceptada. Una canción muda escrita en clave de luna sostenida y ausente. Un torrente de morfemas que se escurre, por las pantallas abajo, dejando regueros de silencio que señalan el camino de vuelta antes de hundirse en el mar del olvido.

No se cuentan las palabras que nos unen. No se cuentan las palabras que cuentan lo que sentimos. No se cuentan las palabras que se quedan grabadas en la memoria y escapan del olvido. No se cuentan las palabras que atraviesan los destinos.

Ten en cuenta mis palabras. Yo sé por qué lo digo.

Haces que se vaya mi melancolía

Haces que se vaya mi melancolía. Repeles mis fantasmas perpetuos, siempre rellenos de desamparo y angustia. Repones la calma, borras las tempestades. Desmientes las pesadillas que me asolan como a náufrago solitario en mitad de las olas. Alejas el viento que hiela las entrañas y el vértigo insensible que marca el ritmo de las horas. Contradices al destino.

Me devuelves de nuevo a la vida con un solo pitido, con un temblor, con un resquicio abierto en el plasma infinito. La vida se vive a golpe de suspiros y dura un instante pequeño y preciso.

Y vuelven otra vez fantasmas, tempestades, vértigos. El náufrago se hunde en las horas del mar y el viento recita poemas de frío. La vida se adormece con pasos gigantes y los relojes destrozan el ritmo incansable de pesadillas repletas de vacío.

Baila en tus dedos mi melancolía. Me revuelves de nuevo la vida.

Mapa del tesoro

Navego por este mar sin oleaje en busca de islas perdidas, escondidas tras el canto de sirenas. Para enterrar tesoros repletos de palabras en su playas y marcar con cruces marineras el lugar exacto en el lienzo intangible de mi bitácora.

Porque quiero tenerlos a mano cuando la suerte me sea esquiva, cuando se me acabe el dulzor del caramelo que tengo en la boca, cuando el corazón cierre las puertas para que la corriente no me arrastre al precipicio.

Porque el mundo de afuera esta lleno de castillos desencantados, de genios sin lámpara y de hadas embrujadas. Porque acabamos llegando tarde a donde no queríamos haber ido y esperamos inútilmente que se acuerden de nosotros quienes no fueron capaces de alegrarnos el camino. Porque los hombres grises nos han invadido la conciencia y no nos dejan sitio ni para sentirnos vivos. Porque después de la calma, siempre vuelve la misma tormenta.

Antes que el cielo se oscurezca del todo, quiero guardar aquí a mi princesa. Y esconder a su lado mi pincel amarillo, el disfraz de búho y un cuento interminable. Quiero esconder también il tintinnio segreto dil mio fanciullino, la canción de los sortilegios y el sonido de mi nombre en todos los labios que he conocido. Aún queda sitio para acomodar a los amigos y taparlo todo con verbos que toquen el cielo con el infinitivo.

Tú has visto dónde tengo enterrado mi tesoro. Si quieres usarlo no tienes que pedir permiso. Pero si te lo llevas lejos y dejas el hueco vacío, me estarás robando el corazón. Y sin corazón ni tesoro, estoy perdido.

Suerte

La suerte pasa a nuestro lado en cada instante. El azar guía sus pasos. Nosotros pretendemos retenerla a toda costa y estudiamos cuidadosamente un protocolo absurdo de manías que la atraigan, que no la dejen escapar. Necesitamos un antídoto eficaz contra sus efectos y pasamos la vida buscándolo sin encontrar más que retahílas huecas que suenan a misterio.

Unas veces, con paso corto y sonoro, la vemos huir en dirección contraria, mientras una sensación profunda de desamparo nos recorre. La vida se nos entristece a bocanadas de aire, que pesan en el pecho y que nos marcan la piel con arrugas de desengaño. Sin saber de dónde proviene el castigo, buscamos en la memoria algún rastro de los errores cometidos y pedimos explicaciones a todos los mundos en los que somos capaces de creer, e incluso, a aquellos en los que nunca creímos.

Otras veces toma nuestra mano y nos guía para dar un paseo delicioso. Nos alumbra el camino y lo pinta de colores brillantes. Y resulta difícil no sonreír, no tocar la eternidad con las manos, no tener el pecho repleto de felicidades. Sentimos el tiempo detenerse; abreviarse la vida, tomarse un respiro y estrenar vacaciones insospechadas que pasan deprisa dejando un regusto dulce en la boca y una suavidad sonora en los labios.

Pero no hay nada personal, nada preconcebido. La suerte tiene trazada su ruta y el azar le abre los caminos. No hay polvo en las estrellas que nosotros no hayamos esparcido. Ni margaritas impares que no hayamos elegido. Sólo están cerradas las puertas a las que nosotros mismos echamos la llave.

Es difícil dejarse mecer en el océano de las casualidades, aceptar las cosas como van llegando y no rebelarse contra el infortunio. Se echa de menos un ancla, una brújula, un sextante. Quisiéramos tener raíces profundas para aguantar los embates o alas para sobrevolarlos. Desearíamos pronunciar un hechizo inquebrantable que nos mantenga a salvo del caos que gira alrededor y que nos va arrancando la esperanza a jirones.

Tú eres mi suerte. Cuando pasaste a mi lado y cogiste mi mano para avanzar, desee que el paseo no acabara nunca. Decidí olvidar mi camino y seguir el tuyo, para estar seguro de saber dónde encontrarte. Y abandonarme al azar misterioso de estar siempre contigo.

Tú eres mi suerte: la de haberte conocido.

Esta noche me asalta el recuerdo

Esta noche me asalta el recuerdo de tu mano que se posa levemente sobre la mía, jugando con mis dedos a no se qué diálogo de palabras innombrables. Me parece adivinar su tacto fresco y su suavidad inquietante abriéndose paso entre la oscuridad y los kilómetros.

Me asalta el recuerdo de los abrazos estrechos que vienen a rescatarme de entre las luces y las sombras que me encarcelan. Soy capaz de sentir de nuevo su calor tibio y su textura de terciopelo rellenando el espacio abierto a la incertidumbre.

Me desconcierta el recuerdo de tu mirada conversando en silencio con mis ojos. Dos puntos de brillo equidistante que me apuntaban, y se escondían detrás del tierno encanto de una sonrisa permanente que anunciaba a gritos la profundidad de sus secretos.

El pasado vuelve con su carga repleta de cosas que no fueron para hacer más profunda la herida de las cosas que no serán. Con el corazón en la garganta aguanto las embestidas de la memoria. Pero el recuerdo es forajido cruel que corta la respiración y la realidad, abriéndose paso hasta invadir la fuente de la que manan todos los instantes.

Esta noche me asaltan los recuerdos. Desvalijado y vencido, beberé de un trago todo el veneno que me corresponde: ¡es tan dulce, tan acogedor, tan intenso…! Más que una sombra de la memoria… ¡me parece un sueño!

Regresos

Confieso haberme sorprendido esperando un regreso insólito. Un doblez sencillo del universo por la raya que me dibujaste en el horizonte de la memoria. Un viaje sin fin hacia el mismo sitio, de la misma mano, en el mismo temblor, con el mismo ritmo.

Gira el mundo. Se desenrolla la madeja de los tiempos en hilos sutiles que se empapan de vida y la sienten a golpes de vuelta, tras vuelta, tras vuelta,… sin dejar el espacio preciso para la ida. Y yo, perdido en el trayecto sin origen ni destino, mecido por el azar y la nostalgia, confieso el miedo que me trajo tu regreso intempestivo.

Me sorprendió de madrugada, cuando el sueño abre un resquicio en los muros que sujetan la cordura, cuando el hilo blanco y el negro se confunden con espíritus. Cuando la luna se baña en el mar oscuro y todo lo invade el vendaval de la escritura.

Entonces no pude pararlo. Me miró de frente, impasible. Apostó todas mis lágrimas a una pirueta imposible sobre la cuerda floja del tiempo. Extendió sobre mi almohada el manto infinito de la duda y me dejó yacer soliviantado. Hasta que vino en mi ayuda la realidad con su pitido insomne.

He leído historias de una bruja que lucía, loca por la luna. Si ella quisiera enviarme secretos y bebedizos, me arrancaría con ellos, del corazón, todos tus regresos impasibles, imposibles e infinitos.

Bolsillos

Embadurnada en polvo reseco del que se acumula entre los chinos que se adueñan del patio, con la cara hermosamente maquillada de churretes de barro que el azar repartió en remolinos, se levantó de un salto. Había estado horadando la tierra dura con un palo y confundiendo las piedras secas con diamantes. Buscando tesoros, cristales empañados por el tiempo pasado bajo tierra, acariciándolos como joyas perdidas por princesas imaginadas, para, en un descuido, echarlas en su bolsillo sin que yo me diera cuenta.

Vino trotando, puño apretado, como un cervatillo silvestre, disfrazada con la sonrisa inteligente y cómplice de alguien que conoce el más profundo de los secretos. El miedo desfiguró su cara cuando se tambaleó, sin caer, por el choque con otro niño de los que andaban pululando en el trayecto. Cuando abrió la mano y descubrió que todo estaba en su sitio, volvió la paz a su rostro y el trote, ahora solemne, a sus piernecillas.

Llegó a mi altura y se detuvo. Con una sonrisa que no le cabía en la cara, me miró despacio y enseñándome la mano abierta, me dijo, canturreando:

——¡Mira lo que he encontrado!

Su palma vacía anunciaba tormenta. Algo encontró en mi mirada que le hizo cambiar el semblante y mirar con inquietud su mano, cuidadosamente abierta. Escudriñó el suelo con los ojos. Desanduvo sus pasos, primero con mimo, y después, con rabia. Desesperada, se puso a cuatro patas para revisar palmo a palmo sus pisadas, mientras jadeaba suavemente con la respiración entrecortada.

Me agaché despacio a sus espaldas y con un movimiento suave simulé coger algo del suelo y llevármelo al bolsillo. Ella se dio cuenta enseguida y preguntó con la mirada.

—Déjame que te lo guarde, para que no se te pierda ——dije mientras llevaba mi dedo a los labios en señal de silencio——. Será nuestro secreto.

Asintió, con la sonrisa asomada de nuevo entre los rebañones de tierra y la humedad salada que empezaba a salir de sus ojos. Se irguió, se sacudió las rodillas, dio un suspiro profundo y salió de nuevo corriendo para vivir otras muchas aventuras en poco tiempo, mientras me decía, feliz, en voz alta:

—Te traeré todos los tesoros que encuentre.

A mi casa vuelvo, todos los días, con los bolsillos manchados de barro, pero repletos de suerte.

Alquimia

Pardo es el color de los recuerdos que quedan olvidados entre las páginas de los libros. Perfumados en un vago olor a imprenta recién abandonada a su suerte esquiva. Atrapados entre las letras grises del papel envejecido que los aplasta y aniquila, con el simple gesto de cerrar las hojas en la estantería.

Luz atrapada en la rendija de una pupila fría. Rostros pasados, de quienes fueron protagonistas de nuestra vida, deformándose en el cuarto oscuro y nostálgico de la memoria vacía. Sentimientos esquivos y lejanos surgen entonces de un papel emborronado con tinta sombría desparramada sobre los puntos estáticos y planos de la melancolía.

Nada de lo que se ve es real, tan sólo pasado. Todo es mentira. Alquimia de luz dolorosa y dormida. Tan sólo suspiros de tiempo, descongelados y revividos. Que trastocan la sincronía del corazón cuando pasamos las manos, con dulzura o con alivio, por aquellos rostros que se escaparon de la retina que borran, incansables, la monotonía y el destino. Desentierros huecos, que obligan a mirar atrás y ver todos los nombres que habíamos perdido.

Renuncio a volver la vista atrás, renuncio a rodar, otra vez, por el mismo precipicio. Ya no soy yo. He respirado tanto aire y tantas veces he caído, que no puedo ser el chiquillo de ojos oscuros y rostro tímido, que me llama por mi nombre desde las hojas del libro. Como tampoco seré el mismo que lea mañana las letras revueltas que en este momento escribo.

De mí sólo quedará, tal vez, la música de tus labios, tarareándome el estribillo.

Meme

Agradezco a venticincoymas que me haya invitado a este meme, que consiste en contar seis cosas raras o curiosas de uno mismo e invitar a otras seis perblogsonas a que hagan lo propio.

(uno) No me gusta mezclar palabras y números, por eso siempre pongo sus nombres.

(dos) Detesto que el ordenador corrija lo que escribo, y siempre desactivo esas opciones en los procesadores de texto.

(tres) Cuando leo algo, lo primero que me imagino es la voz de quien lo escribe recitándomelo al oído. En caso de duda, siempre elijo voz de mujer. Calculo yo que nadie debe darse por ofendido.

(cuatro) Pongo en prosa las poesías antes de leerlas. Me agobian los renglones cortos de los versos y los caminos estrechos del pensamiento.

(cinco) Ni mi familia ni mis amigos saben que tengo un blog (salvo dos o tres personas cuidadosamente elegidas), ni quiero que lo sepan. No es que tenga nada que ocultar (o igual si), sino que me da mucho pudor. Bueno, lo que sí tengo pensado, es decírselo a todos el día que deje de escribir en él.

(seis) Al día siguiente, nunca recuerdo lo que escribí. Cuando me hacen comentarios, tengo que releerme el texto para saber qué era lo que yo había dicho. Lo más raro, o tal vez, lo menos, es que al volver a leer, siento de nuevo las mismas emociones que cuando lo estaba escribiendo. Memoria emotiva y caprichosa que tiene uno.

Perdonadme si he preferido no contar las rarezas de la otra vida que vivo. Es que no quiero confundirme, ni ser confundido.

Estas son mis seis invitaciones, trampas sutiles, para seguir el viaje infinito hacia lo raro y lo desconocido:

Días distintos, Arcoiris, Lois Lane, Momentos de reflexión, Poesía cotidiana y Loca por la luna

Desequilibrios

Cuando no encuentro las caras que necesito, me siento perdido. Un cosquilleo inoportuno en el pecho que me impide respirar a fondo los minutos por los que transito. Me retumban voces lejanas en los oídos y me encojo en el sofá para escapar del mundo haciéndome el dormido.

Siento que las cartas están echadas, que no hay vuelta atrás en la partida. Que se acerca el final de alguna historia y el público empieza a abandonar la sala dejándome sólo, malherido, librando la última batalla.

No me importa la derrota silenciosa, ni el abandono, ni el desengaño. El tiempo me empuja hacia el instante siguiente y un vértigo imperioso me alienta para no salirme del camino. Lo que me asusta es el olvido, el que borra los rastros, el que transforma en recto lo que estuvo torcido. El agua de lluvia que moja la acuarela de una tarde de frío, deshaciéndola en un barro de colores tan rotos como vacíos.

Tampoco temo al dolor de las heridas que quedan escociendo en el insomnio inacabable de la vida. Ni a la mentira. Ni al laberinto de sal que se escapa de los ojos, ni a la verdad. Ni al desamparo de la espera inútil, confiada en lo inesperado de algún regreso.

Lo que me hiere sin fin, lo que se instala en mi pecho y me aleja de ti, lo que nunca jamás he sabido soportar, es el zarpazo profundo y ancho de la soledad. Me acurruca en un rincón desconsolado, me aturde la respiración, me entrecorta los besos y la paz, alejándome de repente.

Y me atrapan para siempre, con su voz sonámbula y ausente, los desequilibrios contrarios de la suerte.

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