Confieso haberme sorprendido esperando un regreso insólito. Un doblez sencillo del universo por la raya que me dibujaste en el horizonte de la memoria. Un viaje sin fin hacia el mismo sitio, de la misma mano, en el mismo temblor, con el mismo ritmo.

Gira el mundo. Se desenrolla la madeja de los tiempos en hilos sutiles que se empapan de vida y la sienten a golpes de vuelta, tras vuelta, tras vuelta,… sin dejar el espacio preciso para la ida. Y yo, perdido en el trayecto sin origen ni destino, mecido por el azar y la nostalgia, confieso el miedo que me trajo tu regreso intempestivo.

Me sorprendió de madrugada, cuando el sueño abre un resquicio en los muros que sujetan la cordura, cuando el hilo blanco y el negro se confunden con espíritus. Cuando la luna se baña en el mar oscuro y todo lo invade el vendaval de la escritura.

Entonces no pude pararlo. Me miró de frente, impasible. Apostó todas mis lágrimas a una pirueta imposible sobre la cuerda floja del tiempo. Extendió sobre mi almohada el manto infinito de la duda y me dejó yacer soliviantado. Hasta que vino en mi ayuda la realidad con su pitido insomne.

He leído historias de una bruja que lucía, loca por la luna. Si ella quisiera enviarme secretos y bebedizos, me arrancaría con ellos, del corazón, todos tus regresos impasibles, imposibles e infinitos.