Embadurnada en polvo reseco del que se acumula entre los chinos que se adueñan del patio, con la cara hermosamente maquillada de churretes de barro que el azar repartió en remolinos, se levantó de un salto. Había estado horadando la tierra dura con un palo y confundiendo las piedras secas con diamantes. Buscando tesoros, cristales empañados por el tiempo pasado bajo tierra, acariciándolos como joyas perdidas por princesas imaginadas, para, en un descuido, echarlas en su bolsillo sin que yo me diera cuenta.

Vino trotando, puño apretado, como un cervatillo silvestre, disfrazada con la sonrisa inteligente y cómplice de alguien que conoce el más profundo de los secretos. El miedo desfiguró su cara cuando se tambaleó, sin caer, por el choque con otro niño de los que andaban pululando en el trayecto. Cuando abrió la mano y descubrió que todo estaba en su sitio, volvió la paz a su rostro y el trote, ahora solemne, a sus piernecillas.

Llegó a mi altura y se detuvo. Con una sonrisa que no le cabía en la cara, me miró despacio y enseñándome la mano abierta, me dijo, canturreando:

——¡Mira lo que he encontrado!

Su palma vacía anunciaba tormenta. Algo encontró en mi mirada que le hizo cambiar el semblante y mirar con inquietud su mano, cuidadosamente abierta. Escudriñó el suelo con los ojos. Desanduvo sus pasos, primero con mimo, y después, con rabia. Desesperada, se puso a cuatro patas para revisar palmo a palmo sus pisadas, mientras jadeaba suavemente con la respiración entrecortada.

Me agaché despacio a sus espaldas y con un movimiento suave simulé coger algo del suelo y llevármelo al bolsillo. Ella se dio cuenta enseguida y preguntó con la mirada.

—Déjame que te lo guarde, para que no se te pierda ——dije mientras llevaba mi dedo a los labios en señal de silencio——. Será nuestro secreto.

Asintió, con la sonrisa asomada de nuevo entre los rebañones de tierra y la humedad salada que empezaba a salir de sus ojos. Se irguió, se sacudió las rodillas, dio un suspiro profundo y salió de nuevo corriendo para vivir otras muchas aventuras en poco tiempo, mientras me decía, feliz, en voz alta:

—Te traeré todos los tesoros que encuentre.

A mi casa vuelvo, todos los días, con los bolsillos manchados de barro, pero repletos de suerte.