Pardo es el color de los recuerdos que quedan olvidados entre las páginas de los libros. Perfumados en un vago olor a imprenta recién abandonada a su suerte esquiva. Atrapados entre las letras grises del papel envejecido que los aplasta y aniquila, con el simple gesto de cerrar las hojas en la estantería.
Luz atrapada en la rendija de una pupila fría. Rostros pasados, de quienes fueron protagonistas de nuestra vida, deformándose en el cuarto oscuro y nostálgico de la memoria vacía. Sentimientos esquivos y lejanos surgen entonces de un papel emborronado con tinta sombría desparramada sobre los puntos estáticos y planos de la melancolía.
Nada de lo que se ve es real, tan sólo pasado. Todo es mentira. Alquimia de luz dolorosa y dormida. Tan sólo suspiros de tiempo, descongelados y revividos. Que trastocan la sincronía del corazón cuando pasamos las manos, con dulzura o con alivio, por aquellos rostros que se escaparon de la retina que borran, incansables, la monotonía y el destino. Desentierros huecos, que obligan a mirar atrás y ver todos los nombres que habíamos perdido.
Renuncio a volver la vista atrás, renuncio a rodar, otra vez, por el mismo precipicio. Ya no soy yo. He respirado tanto aire y tantas veces he caído, que no puedo ser el chiquillo de ojos oscuros y rostro tímido, que me llama por mi nombre desde las hojas del libro. Como tampoco seré el mismo que lea mañana las letras revueltas que en este momento escribo.
De mí sólo quedará, tal vez, la música de tus labios, tarareándome el estribillo.