La suerte pasa a nuestro lado en cada instante. El azar guía sus pasos. Nosotros pretendemos retenerla a toda costa y estudiamos cuidadosamente un protocolo absurdo de manías que la atraigan, que no la dejen escapar. Necesitamos un antídoto eficaz contra sus efectos y pasamos la vida buscándolo sin encontrar más que retahílas huecas que suenan a misterio.

Unas veces, con paso corto y sonoro, la vemos huir en dirección contraria, mientras una sensación profunda de desamparo nos recorre. La vida se nos entristece a bocanadas de aire, que pesan en el pecho y que nos marcan la piel con arrugas de desengaño. Sin saber de dónde proviene el castigo, buscamos en la memoria algún rastro de los errores cometidos y pedimos explicaciones a todos los mundos en los que somos capaces de creer, e incluso, a aquellos en los que nunca creímos.

Otras veces toma nuestra mano y nos guía para dar un paseo delicioso. Nos alumbra el camino y lo pinta de colores brillantes. Y resulta difícil no sonreír, no tocar la eternidad con las manos, no tener el pecho repleto de felicidades. Sentimos el tiempo detenerse; abreviarse la vida, tomarse un respiro y estrenar vacaciones insospechadas que pasan deprisa dejando un regusto dulce en la boca y una suavidad sonora en los labios.

Pero no hay nada personal, nada preconcebido. La suerte tiene trazada su ruta y el azar le abre los caminos. No hay polvo en las estrellas que nosotros no hayamos esparcido. Ni margaritas impares que no hayamos elegido. Sólo están cerradas las puertas a las que nosotros mismos echamos la llave.

Es difícil dejarse mecer en el océano de las casualidades, aceptar las cosas como van llegando y no rebelarse contra el infortunio. Se echa de menos un ancla, una brújula, un sextante. Quisiéramos tener raíces profundas para aguantar los embates o alas para sobrevolarlos. Desearíamos pronunciar un hechizo inquebrantable que nos mantenga a salvo del caos que gira alrededor y que nos va arrancando la esperanza a jirones.

Tú eres mi suerte. Cuando pasaste a mi lado y cogiste mi mano para avanzar, desee que el paseo no acabara nunca. Decidí olvidar mi camino y seguir el tuyo, para estar seguro de saber dónde encontrarte. Y abandonarme al azar misterioso de estar siempre contigo.

Tú eres mi suerte: la de haberte conocido.