«Formarás parte de mi soledad», dijiste, y adiviné un gesto melancólico y sombrío. La frase es tuya, pero fue a mí a quien hizo temblar su frío.
Esta noche, seré parte de ella. Crearemos una especie de soledad conjunta, distante y diluida, que no dará consuelo ni ofrecerá descanso. Un invento que distraiga del presente y permita viajar a tiempos menos umbríos.
Por la mañana, volverás a tu misma vida, en tu mismo espacio y con tu mismo ritmo. Nada cambia si el azar no abre caminos. Caminos que siempre acaban por deshilvanar las coincidencias que nunca aciertan a ser las que habíamos decidido.
Pero el pasado es un pozo sin fondo, del que hay que huir, para no beber el agua irremediable de la tristeza. Es mejor salir de la nostalgia y envenenarse de vida. Porque los caminos sólo se recorren hacia adelante y mirar atrás es el pasaporte perfecto para rezumar caídas.
Me gustaría servir de refugio y saber contar cuentos que sólo tuvieran principio. Pero las musas son crueles con quienes ya no tenemos un corazón de niño en la garganta, y sólo se me ocurren historias que siempre acaban en el mismo instante en el que empiezan.
No quiero estar en tu soledad. Prefiero mil veces sentarme a tu lado, asomarme a este espejo y respirar, aunque sea de lejos, tu cercanía.