Puede que sea un detalle sin importancia, pero esta manía que tengo de darle mil vueltas a las cosas, me lleva a lugares que no aparecen en ningún mapa. Es una costumbre absurda, ya lo sé, pero a veces me sirve para no dejar resquicio por donde se me vayan.
Sólo es un abalorio que me diste de recuerdo. Una minucia, una casualidad, una impronta instintiva. Una impresión difusa de ecos diferidos que, quizá por la sorpresa, me ocupa más anchura de espacio que la que me cabe en la cabeza.
Tal vez un gesto insignificante, el regalarme esa piedra del collar, esa menudencia muda, que se te rompió mientras te hablaba al oído. Pero no puedo evitar este empeño en seguirle la pista distante a lo más trivial que se me antoja, aunque en el fondo, parezca tan poca cosa.
Tenía unas flores pintadas, pequeñeces de colores, naderías, marcadas sobre sus cuatro caras. He mirado todas sus redondeces muy a menudo. Las he tenido en mi mano y he posado mis labios, mil veces, donde estuvieron los tuyos.
Parecerá una tontería, seguro que es una estupidez. Hay muchas veces que ni yo mismo me comprendo. El caso es que, no sé porqué, me alegra saber que las flores que aquel día tenías en el cuello, no eran margaritas de sí y no… sino pensamientos.