——¡Pobre corazón! —susurraba en tu oído, cuando te fuiste, muda, hacia el oriente del olvido.

El sol ardía en la tarde marchita de agua imposible.

——¡Pobre corazón! ——me dijiste entristecida, cuando en el umbral del horizonte volviste atrás la vista.

El sol quemaba en tus labios destellos carmines.

——¡Pobre corazón! ——me revelaste sin ruido— ¿Acaso no sabes que te vienes conmigo?

El sol encendía antorchas perdidas en los jardines.

——¡Pobre corazón! ——confesé a la orilla del camino—— ¡Si yo pudiera irme contigo!

Dora el sol, todas las tardes, tu ausencia invisible.