El sol rebota redondo sobre las baldosas del patio, abrasando con su lengua de fuego la piel del aire que me envuelve. Busco la sombra del níspero arrugada en la esquina y mis ojos se acomodan a su frescor relativo. La mesa blanca encandila jugando con las luces refulgentes de la pared altiva que la protege. Arde la silla de plástico, pero a menor temperatura que la mía, cuando dejo caer en ella el peso oblongo y tenso de mi conciencia.
Aún no me he desembarazado del sueño, que se agolpa a raudales sobre mis párpados entornados de luz y de deseo. Un sorbo del café oscuro que llevo en la taza me templa la garganta seca que todavía hoy no he estrenado. Miro al cielo azul buscando ansioso una sombra de nube que afloje el abrazo desnudo y naranja que hace gotear mi frente y mi espalda.
Noto mi cuerpo de verano vestido de primavera, acunándome el corazón de otoño. Necesito más sombra en la cabeza que me gira en tu recuerdo. Más sangre moviéndose por dentro. Más aire que avente las sombras del pensamiento. Más luz que me hiera los ojos y se me coma las dioptrías.
Necesito mucha, mucha más noche… y menos día.