Los ojos del mago parpadearon solemnes mientras mostraba en abanico la baraja francesa recién desempaquetada. Ante las miradas que escrutaban sin descanso todos sus gestos, la había barajado con ternura, acariciando sus dorsos de azul cobalto, para invitar al azar a entrar en el juego. Mecánicamente, la cerró de golpe, con un airoso movimiento mil veces ensayado.
Volteó la primera carta del mazo como mariposa en primavera que aletea entre sus manos. La dama de corazones apareció, con su semblante tiernamente lejano y tímido. Volvió a girarla con el movimiento contrario y la introdujo en mitad de la baraja, suavemente, con delicadeza perfecta, para confundirla entre la multitud que la casualidad pone siempre a nuestro lado.
Partió en dos el mazo y entremezcló los naipes en el aire con sones de cremallera. Ni rastro de la carta deseada, como en la vida misma. En un suspiro, en un solo instante, desapareció del presente en sus manos y quedó oculta entre los dorsos anónimos de tintura idéntica.
Entonces el final. Las palabras consabidas, los secretos recitados bajo los focos amarillentos y profundos precipitaron, sobre terciopelo, el desenlace inesperado y rotundo. Giró el mazo completo y con los naipes enseñando sus caras, los desplegó como un acordeón que quiere dedicarle un tango a la luna. Todas las cartas de la baraja eran la misma dama, la dama de corazones en la que siempre estamos pensando. Allá donde miraras, sobre el tapete más verde del mundo, en el centro del escenario, todas las cartas eran ella, rellenando cincuenta y dos veces el espacio.
El asombro atronó en la sala convertido en aplausos risueños. Murmullos de admiración que se elevaban con ojos sonrientes y alborozados. Un efecto, un gesto, un espectáculo de ruido que derribó mis defensas y me hizo tambalear en la cuerda floja de la emoción.
Porque había descubierto su truco. Se me quedó clavado su fulgor resplandeciente. Lo reconocí en el momento en que la melancolía me apretó los lazos. Y entonces supe que el mago, en su insondable poesía de naipes, estuvo todo el rato contando cómo te conocí y por dónde navegamos.
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