Parece ser que hoy es viernes, eso dicen cuando pregunto, pero los días no tienen marca visible cuando el sol los pare medio dormidos. No es que lo dude, digo yo que lo sabrán de buena fuente, como todo lo que saben cuando le dicen a los demás lo que deben hacer.
Pero el caso es que la mañana ha transcurrido como la del lunes, liviana, monótona. Con un cielo indeciso entre descargar viento o agolpar nubes en el cuadradito que se ve desde la ventana.
La tarde por el contrario, ha sido tarde de domingo. Sobremesa de sábado y, después, el sol cayendo lentamente sin paracaídas sobre las montañas del patio. Algún ruido disperso de niños, como los martes impares, pero nada más.
Y la noche, no sé, pudo haber sido jueves. No he sabido distinguirla de tantas otras noches fronterizas entre la soledad y la melancolía, aunque puede que sí haya tenido huellas más frescas, sueños más recientes en el escaparate de la luna. Pero las fantasías revividas, cuando hacen cosquillas en la piel de este silencio que cae de nuevo alrededor, nunca revelan su origen mundano ni dan nombres ni fechas.
Puede que sí, que sea viernes, no digo que sea falso, no me importa. De lo que estoy completamente seguro mis manos temblarían si no, mi corazón saltaría por los aires y mis brazos extraerían aire fresco de entre las sombras es que el día de hoy no ha tenido ni un sólo minuto de miércoles.