Escuché el ruido del mar, sentado, con la mirada perdida, con la cabeza tendida sobre un hombro imaginario. Me tomé cada sonido despacio, como un pastel que, al morderlo, explota con toda su fantasía desde el cielo de otra boca.
Porque llevaban escondida música de abecedarios y melodía de sueños y ritmos del corazón, aquellas palabras tuyas me sonaron a canción en cuanto salieron de tus labios.
Me quemaron la lengua como versos descarnados que abren la misma herida que cierran, como poema convulso que se estremece y me revuelve con un pulso que no cesa. Como un dardo certero que despierta del silencio lo que ya no se quiere desvanecer.
No hay día en que no quisiera seguir contigo en la arena y beber a sorbos de tu sed y leer de nuevo, así de cerca, las líneas de tu mano que acabaron en mi piel.
Porque llevo escrito para siempre el abril de tu pecho encendido en dos claveles, el febrero cálido de tu vientre desnudo y un nudo de aromas que no se deja desatar.
Pero esta noche sé que voy a tener un sueño especial. Un sueño distinto en el que, cuando tu corazón espiral se me acerque al oído, se despierte conmigo el ruido del mar.