Pues no se me ocurre nada esta noche. Y eso que estaba yo muy dispuesto, aquí, enfrente de la pantalla.
Incluso tenía pensado un tema, cosa que no ocurre siempre, mejor dicho, que no ocurre casi nunca. Pero parece que, como todo, las cosas no son como empiezan, sino, más bien, como acaban.
Yo quería empezar hablando del azar, ya sabes, mi manía. Asombrarme de cómo tanta gente me ve pasar inadvertido por sus vidas. De cómo sus vidas, ahí, tan cerca, tan de repente, se cruzan inadvertidamente con la mía.
Hubiera contado que no hace falta una gran elocuencia, ni un porte esbelto, ni unos ojos hipnóticos para dejarse hacer huella y quedarse enganchado en una sonrisa viajera que pasa por tu lado.
Ni tampoco se necesita un corazón esotérico, ni una mirada lánguida, ni un maquillaje perfecto, para imprimir en otros labios la costumbre ajena del nombre propio como contraseña.
¡Que va! Es mucho más simple. A veces, incluso, basta una camiseta con un texto ingenioso o un tropezón con una piedra, para que la chispa se encienda incombustible. Porque las cosas no son como empiezan.
Y eso es lo más triste. Que lo que cuenta es cómo acaban y, por eso, sólo se encuentran cuando ya han pasado de largo y volvemos atrás la mirada, para notar que no está el agua que tuvimos en las manos y que ya no nos podrá quitar la sed que empezamos a sentir.
Bueno, eso hubiese querido decir. Y más cosas, que me conozco y, cuando pillo el hilo, me dan las tantas. Pero hoy ha sido un día torcido, de esos que ves venir atravesados desde por la mañana, todo me ha salido mal y, aunque lo intentaré un poco más, ya no creo que se me ocurra nada.