Ahora que están dormidos todos aquellos que me despiertan los sentidos y me envenenan la sangre de vida, me siento algo somnoliento, un bostezo solitario, un espejismo pequeño de esta noche tranquila.
Cuando sonríen sin medida, cuando florecen a la luz de una tarde amarilla y azul sus espíritus claros, yo mismo sé que me siento un tanto sonrisa, un poco sol y un principio de abrazo enarbolado.
Pero si le negasen sus manos a mi piel, a mi pelo, si cerrasen los oídos a mis palabras—sonda, si apagasen sus iris cóncavos a la llamada de mis pupilas, yo me sentiría, en ese instante, ¡tan ciego! ¡tan sordo! ¡tan inválido!
¿Te parece, entonces, extraño que, cuando lees lo que escribo, sienta yo corazones furtivos palpitándome en los párpados?