En cuanto empecé a sentirte un poquito, entregué en el ayuntamiento el plano de los castillos en el aire que estábamos haciendo. Nunca conseguimos que aprobaran el proyecto porque, según parece, no caben bien en el plan urbanístico del cielo y atentan contra las medidas preventivas municipales en caso de terremotos y huracanes.
Entre tanto, tecleando, me fui acelerando y pasé a quererte demasiado. Cuando se torció tu gesto tuve que dar un frenazo y mis manos hicieron un plano sobre tu cuerpo imaginario hasta que la inercia y el roce quedaron en paz.
Y justo ahora, ahora que ya sé quererte lo justo y sé lo justo que es que te quiera, prefieres que no estemos juntos y huyes de mis teclas. ¡Cuán infieles son las musas! ¡Qué caprichoso es su favor!
Aun engañado a ciencia cierta, roto el corazón, yo sigo esperando sentado a que vuelvas conmigo al teclado y me susurres al oído un poco más de ese aire esquivo y necesario, al que siempre llamamos inspiración.
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