Aún no sabe nada, ni siquiera tiene tres años. Con su pelo transparente sale a correr por el patio de chinorros como si no existiera en el mundo otra cosa que la brisa que se le mete en los ojos.
Le veo jugar haciendo torres de arena que se caen en escombro con estricta física, sin el más mínimo respeto por las manos de niño que las levantan. Pero él, que no se deja engañar por la realidad, clava palitos en el montón de arena regalado por la gravedad y las convierte en tarta de cumpleaños infinitos.
Me llama para que sople, pero hasta para mí son demasiados palitos y tiene que ayudarme un poquito con el aire que me falta. Entonces me alejo de su fantasía no vaya a ser contagiosa y me cuenten los años que he soplado, y llego hasta donde el sol me conforta de este invierno que se adelanta.
Me pierdo en mis pensamientos, en el pulular de los grillos exhaustos de risa que campan por el patio, en la tibieza de la mañana que espera tarde. Medito mis propios asuntos sin perder detalle de la aventura de los chinos.
Entonces, un llanto me gira el cuello hacia sus ojos azules empañados. Está sólo, de pie, buscando una mano. Me he ido de su vida tan sólo un instante y me echa de menos con toda la fuerza de su espíritu.
Lo llamo desde lejos y al verme respira aliviado mi nombre de batalla. Suelta los aperos de la arena y se viene conmigo. Lo miro andar inseguro, con ese titubeo de piernas que me pone en duda el equilibrio, como si el patio se moviese para todos, sin saber si rodará primero por los suelos su corazón o el mío.
—Te había hecho otra tarta y te has ido.
Agarrado a mi pierna, como un llavero de bolsillo, damos pasos pequeñitos mientras cambia su pena, otra vez, por alegría. Y allí estoy yo, como al otro lado del espejo, como sombrerero loco en una fiesta continua. Y sin saber, como nunca sé, cuál es mi papel en el corazón de los otros.
Me abruma entonces la nostalgia futura, porque sé que, no tardará mucho, el azar separa todos los caminos. Y yo me acordaré de su nombre pero a él, seguramente, no le dará tiempo a aprenderse el mío.