Atávica y remota, la necesidad de descifrar la suerte me invadió la mente y me aceleró el corazón. Después del accidente afortunado, yo quise rondarle la idea de aprovechar el tirón, de controlar las buenas vibraciones y poner en números algún sueño de futuro.

Le había reventado la mala suerte en una rueda, desperdiciando el aire en plena autopista. Pero en lugar de manchar de sangre los hierros, pudo controlar la deriva y aterrizar en el arcén como quien se queda sin gasolina.

Con el cuerpo aún estremecido y el corazón latiendo en las rodillas, no pudo ver como, al otro lado de la mediana, en una grúa que viajaba sin servicio, iba un ser humano con vocación de ayuda, de esos que no salen en los diarios, ni reciben premios en Suecia, ni nadie los entrevista nunca.

Pero existen, aunque no reparamos en ellos y nos parezcan invisibles, y siempre están dando la vuelta en la siguiente salida, parándose delante de nuestro coche y alumbrando el instante con su sonrisa:

——¿Está usted bien? Parece que he llegado a tiempo.

Más tarde, mientras me lo contaba todo en la cercanía de tenernos lejos, yo fui testigo privilegiado de cómo barajaba sus números de nacimiento, los guarismos del día, los dígitos de la grúa y la placa de su auto. Intentando acertar, exprimiendo las migajas que nos muestra el azar, como jugando, sin más intención que probar sortilegios caseros de magia.

Así escribió con cruces en el renglón de los adivinos… dos, siete, nueve, once, treinta y cuatro, cuarenta y seis… cuarenta y cinco… veintisiete… Pero por más que nos empeñemos, sería conveniente saber, que no son los números los que llaman a la suerte.

Es la suerte la que nos llama con números. Pero siempre nos los cuenta después y, por eso, raramente funcionan los hechizos que inventamos. Aunque tal vez sea que olvidamos todo lo que nos depara el azar o que no entendemos bien los mensajes que nos manda.

Porque después nos hemos vuelto a ver varias veces, cada vez más cerca, desde tan lejos. Y dos, siete, nueve, once, treinta y cuatro, cuarenta y seis… cuarenta y cinco… veintisiete… son desde entonces, estoy seguro, los números de mi suerte.