Es posible que sólo sea una casualidad, de esas que tanto me alegran. Podría ser, que lo hubiera escrito una mujer vestida de rojo, después de una cita incierta, tras enredar un plan minuciosamente incumplido y roto.

Pudiera ser, puestos a imaginar, que el temblor que desmadejaba sus manos fuese el mismo que el mío. O que su vestido fuese blanco y yo lo hubiera confundido con un rubor. Que no hiciera calor, que no tuviera sed, que no estuviera conmigo.

Tal vez no hubiera papel con el que hacer un barquito y dejarlo sobre la mesa. Puede que la mujer, se conformara con doblar cuidadosamente las teclas para dibujarlo en una ventana. O, por qué no, se lo cantó Serrat de madrugada, mientras sonaba a la vez en mi cabeza.

Quizá la cerveza era vino, o café. Es probable que no fuese de día, sino de noche. Que no fuese un asunto real, sino imaginario. Una broma pesada del sentido común y la inconsciencia. Un jugueteo del azar, una ola pequeña en mitad del mar, una alteración informal de la trascendencia. Tal vez yo, no era el mismo yo. Ni ella era la misma ella. No importa mucho, a fin de cuentas.

Puede que sólo sea una casualidad, de esas que tanto me alegran. Pero no lo es. Lo sé a ciencia cierta.

Ahora que todo está claro, podemos tomarnos, tranquilamente, otra cerveza. O un café.