Vomitaba el dragón alientos de fuego con los ojos encendidos y el corazón en carne viva. La niña pequeña estaba perdida, asustada, y se agitaba intranquila hasta que gritó con todas sus fuerzas en un idioma irreconocible, con tanta gana, con tanto sentimiento, que a punto estuvo de romperse este cuento.

Abrió los ojos sollozando a la noche. Apareció su madre como una sombra, siempre dulce sombra la de las madres, y se sentó a su lado sobre la cama:

——¡No te preocupes! Estoy contigo. Es culpa del abuelo y ese empeño que tiene de contarte unos cuentos muy feos.

——Mamá, he pasado mucho miedo. Ese monstruo me amenazaba y yo… —comenzó a sollozar— yo… sólo podía tener miedo.

——¡Calma, corazón, cielo mío! Sólo ha sido una pesadilla, no debes temer más. Recuerda siempre que los humanos, sólo existen en la realidad.

Al otro lado de la existencia, donde la vida tiene una capa más delgada, con su voz afectuosa consolaba otra madre, otra sombra, a una niña pequeña, endulzándole el miedo de pesadilla con una explicación viceversa.

Y yo, que no vivo ni en un lado ni en otro, sino más bien en las afueras, he traído para ti este cuento tan corto de dragones y princesas, que encierra dentro una verdad: Que cuando el miedo nos llena… no nos cabe nada más.