Pasa el jardinero montado a lomos de su rocín mecánico y repasa con cuidado los bordes del mundo verde que diviso desde la ventana.

Es una suave colina que asciende tranquila, ensimismada en sus propios vericuetos. La grama teje una alfombra que besa los pies de los pinos altos que dejan caer sus ramas con el aburrimiento propio de quien sólo puede ver el mundo asomándose siempre al mismo agujero. El hartazgo de bañadores y cuerpos que van cambiando su color por otro más tostado, les hace buscar los pájaros de arriba que les alienten con su vuelo el paso de los días.

El jardinero dibuja caminos que se van quedando marcados en las puntas abruptas de las hojas rotas que deja como reguero. Rodea los pinos, los envuelve, gira, navega, rellena el espacio. Vuelve con la máquina sobre sus pasos y se ajusta a los troncos, a los bordes de las veredas de pizarra engarzada en cemento que dan acceso a las casas blancas y luminosas.

Huele a savia derramada, a verdín desorientado, cuando termina su tarea y descarga los restos inertes sobre una esquina del jardín. Se refresca con una botella de agua que me nombra la sierra que se me asoma todas las noches por el balcón, y vuelve atrás la vista, limpiándose el sudor bajo el sombrero. Contempla su obra. Y yo, con él, repaso los caminos, las vueltas absurdas, la falta de geometría que nos convierte la vida en un laberinto único y fugaz.

Recuerdo haberlo visto pasar cinco veces rodeando el pino más grande. Que, aunque la suerte pasó cinco veces por su lado —quién sabe por qué—, no ha pestañeado ni una piña ni ha estremecido una hoja para subirse a ella y sigue estirado y olvidado en mitad de la loma, camino de ningún sitio, silbando en el viento sus canciones de aroma.

Pasa una mujer de largo, como tú pasaste un día, y saluda al jardinero que se aleja, con su ruido infernal y su ignorancia de Euler, hacia otra colina en la que dibujar senderos. Estirado y olvidado, noto que la vida me pasa rozando y que no soy capaz de cogerla porque sigo soñando despierto y durmiendo en mis sueños de letras.

Quizá debería pedirle a este sueño que deje, por fin, que me duerma… O que te despierte a ti con esta canción.