Cantabas, en la algarabía del mediodía, palabras ajenas, serenas, contenidas. Un murmullo de viento me apartó a la lejanía justo en el momento en que las hacías tuyas, mías. Hervía el sol bajo la sombra, taladrando el aire, y la música empañaba los nervios debutantes ante tanta gente conocida. El recital duró tan sólo un instante, pero un instante de los que duran toda la vida.

Se me fueron las palabras huyendo de la aventura que anunciaba tu ternura. Mi boca muda volvió del concierto y no encontró pretexto ni excusa para pedirte más música, más afecto, más voz. Hay contextos que no ayudan en el viaje por los caminos del corazón y no supe despejar la duda razonable del por qué tú y por qué yo, antes de tu partida.

Por si el mar de las noches tristes te ahoga la espuma de los días, no quiero que olvides nunca que puedes volver aquí todavía. El recuerdo es un aleteo de seda con el que la vida envuelve el corazón. Viste con él tu sonrisa, descúbrete dentro de estas letras y empuja con fuerza en el centro del viento la brisa sencilla de aquella canción.

No temas, puedes cantar y contar conmigo. Te tengo sitio reservado a mi lado en mitad de este renglón.