No tendrías saber que te agradezco todas las noches en vela por las que transito recordando tus ojos aquellos que me hablaban a gritos. Que repaso minuciosamente los gestos y las caricias que nos infligimos con una ternura impropia de la locura. Que me escuecen las huellas que me dejaste en la piel y me las froto siempre con mucho cuidado para no cambiar sus marcas de sitio ni arañar la miel que las envuelve.

No sería conveniente que supieras todos los sueños que me sugiere la brisa de tu pelo meciéndose en mis manos. Aquellas luces medio dormidas, ahora me iluminan las historias que tú sabes que me invento, aliñando mi locura con los deseos tiernos y salvajes que me fabricas.

No sería prudente dejar que vieras el equipaje de instantes que atrapaste para mí en el camino. Estas en ellos, desenvuelta, enmarañada en ese algo que tienes que me hace saltar todas las alarmas, todos los verbos, todas las miradas.

No parecería sensato dejar que supieras lo especial que eres y que seguirás siendo por mucho que te alejes. Ni sería razonable permitir que notaras la fuerza con la que te echo de menos, especialmente en las madrugadas largas de espera y blandas de sueño.

Ya sé que no debería decirte todo esto y, menos aún, dejártelo escrito. Y tú también sabes, ahora ya es tarde, que no deberías haberlo leído.