Me pide Juan Ramón que deje la puerta cerrada, para que no se esfume el recuerdo, para que no se salga nada.

Enseguida, no sé qué me pasa, he pensado en entornarla y dejar escapar esta fragancia porosa que el pasado deja en cada rincón. Que entre brisa nueva y que se revuelva este olor a melancolía barata.

¡Qué espíritu baldío el de la contradicción! ¡Qué inútil esfuerzo el de las estatuas! ¡Qué difícil es entrar, salir, y dejarlo todo como estaba!

He decidido volver a cerrarla, como a mí me gusta, como a ella le gustaba. Que su recuerdo encuentre agrado en el perfume de la vieja estancia.

Como a ella le gustaba, con la puerta cerrada, a su agrado de frío y de soledad musitada en este hueco dormido que mantengo vivo como rescoldo sin ascuas.

Al otro lado de la puerta, tan cerrada, me siento mejor. Ya no huelo nada.

Cierra, cierra la puerta,
como a ella le gustaba…
¡Qué se encuentre a su agrado su recuerdo!

(Juan Ramón Jiménez, Eternidades, 1916—17)