No me caben dentro todas las historias que deseo contar, no caben. Necesito expulsarlas, ir dejando hueco, abrir espacio para intentar las siguientes.
Me he cambiado la piel por otra distinta, pero por dentro soy yo. Las únicas víctimas que puede dejar el reloj son el calendario y las doce uvas. Pero nosotros no. Porque nosotros no somos víctimas, sino el viento divino(*) con el que sopla la vida.
No cabe en ningún renglón toda la energía que me queda. Ni las lágrimas pendientes, ni los instantes que tengo agolpados en el futuro, ni el aire que necesito para pronunciar las próximas palabras.
La seguridad con la que piso esta cuerda floja no es más que el efecto diferido de mi propia confusión. Déjame que vaya, y vuelva, y gire otra vez, y dé volteretas. Aunque parezca que siempre ando en línea recta, no creas que por eso ando menos perdido.
Todavía no ha surgido la palabra precisa que quiero decir, ni la nota exacta que harán vibrar mis manos en la cuerda, ni el color definitivo con el que me pintará la vida en el próximo paso.
Por eso quiero, necesito, seguir aquí, que sigas conmigo. Equivocado o no. Eso, eso ya da lo mismo.