La última luz que apago siempre es la de la cocina. Camino por el boulevard intentando no pisar las rayas que limitan las baldosas rojas.
Las costumbres se hacen hábitos y estos acaban en manías tontas. Y aunque al principio parecen ordenarte la vida, tarde o temprano, acaban aprisionándola con su rígido transcurso.
Siempre empiezo a subir las escaleras con la pierna derecha, aprieto tres veces las llaves del coche antes de cerrarlo. Procuro saltar de la cama por el lado izquierdo.
Las manías no disuelven los nudos, no encienden la imaginación, no trascienden allende las ventanas, no se enquistan en el corazón y no permiten, de ningún modo, que uno pueda abrir las alas…
Siempre me pongo los calcetines antes que el pantalón, los estornudos me sacuden de cinco en cinco. Nunca me miro a los ojos en un espejo roto.
Y, sin embargo, todas las noches escribo…