Empecé con una promesa, como empieza siempre todo. Y, aunque odio ponerme romántico, ese estado no es nada comparado con el que me produce tu nombre. Por eso te guardo cuidadosamente mientras me lo voy pensando.
No quise nunca despertar niños. Sólo explicar que cuando digo ahora no soy poeta, sino explorador. Que llevo una cartografía adherida en los dedos desde que pude verte con mis ojos.
Este es mi dos mil ocho, en doce textos y en cuatro palabras.
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Para todos y para todas, deseo que venga un año lleno de buenos ratos. Y que los malos, que tienen que venir porque son la otra cara de la misma moneda, sean fáciles de olvidar. Besos y abrazos.